CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 11 de julio de 2012

ALFONSO ZAPATER. EL ETERNO APRENDIZ (XVII). CONCLUSIÓN.

A modo de conclusión
            Zapater fue torero, bailó la jota en el Principal, tocaba la guitarra, escribió más de cuarenta libros, algunos enciclopédicos, tuvo varios hijos, disfrutó de la vida y de la amistad de grandes, grandísimas personalidades –Sender, Cela, Laín Entralgo, Imperio Argentina, etc.- Desde luego como él ya van quedando pocos, perteneció a otra época, a la de los escritores de raza, a la de aquellos periodistas todoterrenos, eficaces en su trabajo y caóticos en sus biografías, capaces de escribir sobre cualquier cosa en cualquier momento y de cultivar todos los géneros sin distinción, acostumbrados a la ácida magia de volver a casa, como diría otro maestro de la profesión, José Luis Alvite, “con las llaves de otra puerta y pillar dormido al reloj despertador”. Como exigían las normas no escritas de esa época que ya no existe, Alfonso Zapater estuvo arriba y abajo, jamás en medio, en la azotea y en el sótano, y todo ello sin darle importancia ni a una cosa ni a la otra, observando la vida pasar tras los cristales de un bar o disfrutándola en sus calles, en los pueblos de Aragón y con sus gentes, a los que tanto amó, apurando el momento como si cada instante fuera el último que le tocara vivir, viviendo como el eterno aprendiz que siempre fue.

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