(Reseña publicada en la revista cultural Turia, nº 103, junio-octubre, 2012)
Gran Circo Mundial (Ediciones del Viento) es una novela corta -una nouvelle- de lectura exigente. Su autor, Pablo Andrés Escapa, trabaja la lengua con meticulosidad de orfebre y presenta al lector un estilo narrativo propio en el que conviven y alternan paradójicamente y como por ensalmo un cierto minimalismo y el gusto por un lenguaje retórico, abarrocado, cimentado en el uso de numerosas y variadas figuras estilísticas (enumeraciones impresionistas, aliteraciones, metáforas, sinestesias, metonimias, simbolismos, etc.) y un humor teñido de sutil ironía.
La historia es sencilla: un pequeño circo llega a un pueblo perdido de la geografía española asentado en la seguridad de sus rutinas, en las certezas de su diario acontecer; un pueblo venido a menos como tantos otros en el que nunca pasa nada. El circo anuncia “grandes actuaciones” y despierta falsas esperanzas en los lugareños, su presencia se percibe como una amenaza que puede poner en peligro la estabilidad de su cerrado universo y la semana de espera hasta la función la viven entre el temor de los adultos a las novedades y la fascinación infantil por lo desconocido. La expectación deviene en decepción con el espectáculo, registrado en la memoria colectiva del pueblo como “todo cuento”, patética realidad de un circo pequeño “alimentado de su enorme mentira”. Pero no para todos, no para Melo, el hijo de “la Coja de Lázaro”, un muchacho curioso y ávido de vivir nuevas experiencias, que protagonizará durante esos días una aventura iniciática sentimental con Nina, la francesita adolescente de la troupe, con quien descubrirá el sentido-sentimiento trágico de la vida.
Como hemos dicho, el simbolismo y la ironía son dos constantes de la novela, así, en su mismo arranque, encontramos que el episodio desencadenante de los hechos, el ridículo accidente de Marie Chinfoutte anunciando el circo, anticipa con claridad meridiana la intención de la obra, que en palabras del propio autor no es otra que la de presentar “una parábola sobre la incomunicación en torno a dos entidades enfrentadas”: el universo fantástico del circo, representado por un desvencijado camión que va a quedar atorado en la Travesía de Galdafarro -su nombre antiguo era el de pasaje de las Angustias-, en realidad un angosto callejón cuya estrechez física preconiza ya desde ese momento la cerrazón mental de los habitantes de Santolices, como la decrepitud de la Casa de la Argolla , abandonada báscula municipal de tiempos mejores, dañada en el incidente, se erige en símbolo de la decadencia y abandono del pueblo.
Otra constante de la novela es la de visualizar los espacios y la acción narrada mediante técnicas cinematográficas, las imágenes que emplea el autor no sólo sirven para describir, sino también para narrar. Un claro ejemplo lo encontramos en la descripción del bar de Alcides (Andrés Escapa comparte la afición, tan del gusto de Luis Mateo Díez, al que homenajea en el episodio del viajante, por la creatividad onomástica, por el nombre del santoral inverosímil; sin ir más lejos, el alcalde se llama Sindo Barjas), que vemos reflejado en el espejo del fondo del bar. También son especialmente significativas en este sentido las ocularizaciones y auricularizaciones presentes en la narración, pero no nos detendremos en ellas, baste con citar la importancia en la obra del campo semántico del verbo mirar para percatarse. No querría abandonar esta cuestión relativa al cine, sin citar ese inteligente guiño al séptimo arte presente en esta, vamos a llamarla, secuencia de gran valor paródico estructurada en acciones paralelas que van alternando lo que ocurre en el bar de Alcides y en una película del oeste en la televisión, la legendaria Pasión de los fuertes, en la que el alcalde -un rural Wyatt Earp- y su hermano, se comportan como los personajes del film del mítico Ford.
Con estudiada gradación narrativa, la realidad casi esperpéntica de la llegada del circo, se va transformando y tiñendo de un hondo lirismo -los gestos, las miradas y los silencios se convierten en recursos de extraordinaria expresividad en el marco de una narración visual extraordinariamente poética-, que alcanza su momento culminante en el número central de la en principio decepcionante función, la representación teatral funambulista –especular juego barroco- protagonizada por Nina, su padre y Marcel, cuando por unos breves instantes, todo el pueblo –también el lector- se ve atrapado por la magia del circo y vive las fabulosas emociones del mayor espectáculo del mundo, la fantasía y la tragedia del Gran Circo Mundial: la crisálida narrativa inicial eclosiona en la maravillosa mariposa de una hermosísimo cuento de amor, para hacer realidad la letra de la legendaria canción My Darling Clementine. Absolutamente genial es el montaje de acciones paralelas entre Nina en la maroma, el torbellino de viento y las moscas revoloteando entorno a la bombilla del bar de Alcides.
La trivialidad de la historia alcanza pues en su final una dimensión metafórica, mítica y simbólica (ya nos lo anticipaba el narrador al comenzar su trabajo: “Pero esta crónica no es un acta notarial; su compromiso está con una verdad más alta, hecha de tiempo detenido y de palabras escogidas para durar”), todo ha sido perfectamente urdido por el autor para sujetar con mano férrea la peripecia a la caracterización de los personajes y de un espacio que se transformará ante el lector capaz de verlo con los ojos de la fascinación inocente de un niño asomándose al misterio y al dolor de la vida: Santolices ya no es un pueblo perdido de la España profunda, es un estado del alma -la del autor, evidentemente, pero también de la nuestra-, es ese pueblo de nuestra infancia-adolescencia que habita en nuestra memoria donde nos iniciamos a la vida.
Andrés Escapa transforma la realidad mediante la fabulación, la fantasía y una impecable escritura. El tratamiento mítico del lenguaje funciona como motor de transformación y como instrumento de ensoñación que transfigura a los personajes alejándolos de toda vulgaridad. Al fin y al cabo, el lenguaje es el territorio esencial y mayor de todo buen escritor. El estilo de un narrador es su mirada y la de Pablo Andrés Escapa sabe ver lo extraordinario en lo cotidiano para contarlo de forma sublime.
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