Dejando a un lado las menciones
puntuales a los Amantes del siglo XV, tanto la poco probable de Juan de
Valladolid en el Cancionero d’Herberay
des Essarts (1463), como la más fiable, pero tampoco segura, presente en Triste delectación (1458-1467), donde
“Marcilla y su dama” ocupan ya un lugar preeminente en el cielo de los
enamorados, son el XVI y XVII, coincidiendo con los de nuestra literatura, los
Siglos de Oro de la tradición amantista, en especial en lo que respecta a su
presencia en obras poéticas de todo tipo y metros (un romance que comienza, “En
Teruel, Príncipe Augusto”[1] y su
contrapunto paródico, Relacion burlesca intitulada Los Amantes de Teruel,
para cantar y representar, compuesta por un aficionado (s.a.),
sonetos, poemas caballerescos, etc.). Entre
1550 y 1619 se escribieron seis obras de entidad. Desde la hoy perdida, Historia lastimosa y sentida de los tiernos
amantes Marcilla y Segura (anterior a 1555), escrita por el turolense Pedro de Alventosa[2],
hasta llegar a ese momento cumbre del amantismo que supone la
Epopeya trágica
(1616), de Juan Yagüe de Salas.
La Silva tercera a Cintia, presente en las Obras (1566) del poeta neolatino bilbilitano Antonio Serón[3], se ajusta en lo esencial a la tradición, si
bien presenta ciertas variaciones: añade un patético discurso de Isabel
momentos antes de morir; no dice que Marcilla fuera pobre ni segundón, por lo
que no tuvo necesidad de ir en busca de honores y riquezas; no hace referencia
al tema del plazo ni se menciona la escena de la alcoba.
En la égloga Galatea, Amaranta (1581-1584) de Pedro Lainez -reconocido poeta en
su época, amigo íntimo de Cervantes y de Lope, pero absoluta e injustamente
olvidado después- se narra su historia de amor y por primera vez se le da el
nombre de Isabel a la amante.
Inspirado en la obra teatral de Rey
de Artieda, el canto noveno del poema caballeresco, Florando de Castilla, lauro
de caballeros (1588), del aventajado discípulo de la escuela de Ludovico Ariosto, el médico Jerónimo de Huerta, incluye el episodio de los trágicos amores turolenses, si bien presenta una cierta evolución en su tratamiento, que pasa del amor cortés medieval al cortesano renacentista.
[1] Véase
al respecto PEREZ LASHERAS, Antonio (2003), La literatura del reino de
Aragon hasta el siglo XVI, Zaragoza, Biblioteca Aragonesa de Cultura,
pp. 99-100.
[2] Edición vista por el bibliógrafo
Gayangos en la biblioteca de los duques de Marlborough, en Inglaterra, en 1838.
Se desconoce el paradero actual de dicho ejemplar.
[3]
Estudiada por Gascón y Guimbao en el prólogo a Los amantes de Teruel. Antonio Serón y su silva á Cintia, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G.
Hernández, 1907.
[4] Poco
después, en 1586, un viajero castellano redactó a su paso por la ciudad la
conocida como Relación anónima, que
aporta datos literarios y locales sobre la leyenda. Siguiendo pues la estela iniciada por Bartolomé Villalba, todos
los viajeros que han pasado por la ciudad desde entonces, caso de Antonio Ponz,
el Barón de Bourgoing, Pablo Riera, Begin, Richard Ford, Davillier, Fajarnés,
Michener o Candel, entre otros, han hecho mención a su existencia. En general
son referencias asépticas o poco favorables a su historicidad. De igual forma, son
también numerosos los escritores que hacen mención a su historia en alguna de
sus obras, caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pedro Antonio de Alarcón, Galdós, Baroja, Max Aub, y un largo etcétera. Incluso
el propio Cela en su Viaje a la Alcarria , pone en
boca de un mozo la siguiente jota: “Si buscas novia en Teruel,/búscatela
forastera/mira que matan de amor/las mujeres de esta tierra.”
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