NÁUFRAGOS CON SALVAVIDAS
La
R.A.E define Ictus como “enfermedad
cerebral de origen vascular que se presenta de modo súbito”, ese valor metafórico
de instante decisivo, de repente fatal,
es el que Rubén Abella confiere al título de su última novela publicada por el
sello Menoscuarto, donde el mal larvado y silencioso es la frustración, ese
gusano de dientes menudos que devora sin cesar las esperanzas individuales y
colectivas de nuestra sociedad capitalista, cimentada sobre los pies de barro
de innumerables promesas incumplidas.
Rubén
Abella realiza tres catas en el cuerpo social para analizar su tejido y nos
propone otras tantas historias personales de sujetos de diferente edad, sexo y
condición social, ambientadas en el año 2015, cuando la crisis económica se
manifestaba con toda su magnitud: Ismael, maduro cincuentón, observa como su mundo
se desmorona a pasos agigantados, tanto en lo laboral como en lo familiar,
traductor de profesión, cobra mucho menos por más trabajo, aun a pesar de su
experiencia y honradez profesional, siente a su mujer como una extraña y a sus
hijos distantes y lejanos, en lo físico y en lo sentimental; Sara, recién
divorciada de un marido adultero y egoísta, está tratando de salir a flote
regentando un bar, de reconstruir los restos de su naufragio con la ayuda de su
madre y por su hijo de tres años, Quique, un niño precoz con el lenguaje; el
tercer náufrago en el piélago urbanita de la gran ciudad es Raúl, un joven de
Murcia, licenciado en arquitectura, con máster en el extranjero incluido, que busca
nuevos horizontes en Madrid, pero hasta la fecha solo ha conseguido subempleos
de repartidor, reponedor, peón, teleoperador… hasta que se produce el ictus, su día de furia y emerge de repente
ese salvaje esculpido por el cincel
del fracaso a base de engaños, insultos, ninguneos, desconsideraciones…
esperanzas rotas.
En
suma, son tres personajes tomados de la calle, gente corriente, maltratada por
la vida, que pasea a nuestro lado, compra en nuestras tiendas o comparte barra
en la cafetería con nosotros, humanos, sencillos, próximos, a su manera
audaces, con una intrepidez y una inconsciencia admirables, cuyas experiencias,
desilusiones, incertidumbres, dudas, miedos, errores y desengaños no nos son ajenos,
los hemos vivido y sufrido en primera persona y como ellos, cada uno según
nuestras particulares vivencias, hemos pensado como Ismael en romper con nuestro
pasado, escapar, dejarlo todo y huir para tratar de encontrar de nuevo nuestro
lugar bajo el sol; o como Raúl hemos experimentado ese instante de locura
transitoria, de violencia extrema, el ansia de acabar con todo y con todos; o
como Sara nos aferramos a esa tabla de salvación de los afectos para salir a
flote y nos volcamos en el amor a los hijos, por los que merece la pena luchar
y levantar la persiana del negocio cada día que amanece. Son pues tres vidas
que sufren por azar su particular “ictus” en un mismo instante y lugar, las
consecuencias son imprevisibles, pueden ser fatales e irreversibles o bien todo
puede quedar en un susto, en una dramática experiencia con secuelas que el
tiempo logrará sanar.
Ictus tiene cuarto y mitad de novela
urbana (las calles de Madrid son un laberinto en el que se encuentran perdidos
los personajes y cuyo centro es el bar de Sara), otro tanto también de
novela-día (la acción propiamente dicha se concentra en pocas horas, si bien el
pasado explica el presente y se proyecta fatídicamente hacia el futuro), un
mucho de realismo social, de objetivismo narrativo y de técnica cinematográfica.
El olor a verdad se percibe en cada página, en cada línea, en cada palabra, no
tanto por lo que cuenta, que también, sino por la naturalidad fascinante con la
que lo cuenta y trata temas como las tendencias suicidas, la culpa, el miedo a
la libertad y a perderla, la expiación...
La
escritura de Rubén Abella es sobria, antirretórica y depurada, sin ser
lapidaria, fluye en párrafos cortos compuestos por oraciones sencillas, de
verbos yuxtapuestos o unidos por coordinación copulativa, su prosa es concisa, minuciosa
y precisa con las palabras, sensible a los detalles, con breves y frecuentes
descripciones que no cansan ni detienen el flujo narrativo. Los sentidos, las
sensaciones, los recuerdos conforman su materia prima y el lenguaje, cuidado
hasta el extremo, es el instrumento con el que logra describir los ambientes e
impresiones, hacérnoslos vívidos y reales. Su estilo, como afirmara Azorín, “no
es nada”, y con equivocada osadía pensamos: “Esto lo hago yo”, para comprobar
de inmediato “que eso que no es nada sea lo más difícil…”
Ictus es un viaje hacia la esencia
narrativa, concretada en una novela pura, desnuda, árida por momentos, pero
conmovedora, capaz de resumir en poco más de doscientas páginas la complejidad
de nuestra realidad, con sentimientos y conductas, sorpresas y emociones, dolor
y humor, actitud crítica y sutileza expresiva, con un final abierto a la
esperanza que eleva lo común, lo rutinario a la categoría de metáfora capital y
propone el amor como salvavidas para nuestros naufragios.
RUBÉN ABELLA, Ictus, Palencia, Menoscuarto, 2020.
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