MAYÉUTICA LITERARIA
La buena literatura cose con
precisión de cirujano y sutil hilo de seda forma y contenido, en el fondo son
una misma cosa, un mismo cuerpo. Esto lo saben bien y lo sudan con desvelos mil
los buenos escritores y traductores, es el caso, en su doble condición, de José
Giménez Corbatón, autor de una obra rigurosa dotada de una voz muy personal,
cuya última colección de relatos, La seda
del tiempo, supone un resumen esencial de su trayectoria narrativa y de su
particular concepción de la escritura, sustentada sobre tres pilares básicos: prosa
limpia y depurada, compromiso ético-político y referencias constantes a los
grandes maestros de las letras universales, que convierten sus narraciones en
juegos o enseñanzas socráticas metaliterarias un tanto exigentes con el lector.
Abre la compilación una nouvelle sobre la Guerra Civil, “La sola
verdad”, narrada por una polifonía de voces, Adela, Nuria, Isaac, Paloma… y
Rafael, una suerte de Jhonny -el
protagonista de la novela de Dalton Trumbo y posterior película- mutilado de
guerra tras resultar herido en combate quien, como el resto de personajes,
sufre en sus propias carnes su brutalidad y nos confiesa con toda crudeza esa
“sola verdad” que define al hombre con una única palabra: Guerra, y con ella
nuestro verdadero destino final: nacer en la muerte, tema este recurrente en la
escritura de Giménez Corbatón, entendida como esa luz al final del camino, ese
dejar de ser para ser en el no ser. Heidegger en estado puro.
En “Carmela y el río”, nos
reencontramos con la devastada posguerra rural presente en los magníficos
relatos de El fragor del agua, en
este caso se denuncia la represión de una joven maestra vocacional desde niña,
ambientada en un territorio innominado que bien pudiera ser su mítico Crespol,
donde el río y sus aguas cobran todos sus valores simbólicos y las
descripciones de la naturaleza alcanzan un intenso lirismo. La prosa de Jiménez
Corbatón dice más por lo que sugiere que por lo que muestra explícitamente, la
elipsis, utilizada de forma magistral, condensa en pocas páginas una historia
que bien podría dar lugar a toda una novela.
Con el telón de fondo de la guerra
civil española, encontramos las tan dolorosas como divertidas anécdotas que un
abuelo exiliado recuerda para su nieto en “Rojo”, y los niños que crecieron sin
padre en “Hijos del pueblo”.
En “Retrato de familia” describe la
frustración de un marido desnortado y desclasado por las ínfulas de su mujer y
las consecuencias que ese influjo materno
tiene en una hija peligrosamente fanatizada.
En “Meursault” nos abisma en su
particular metaliteratura y nos presenta el episodio en el que el protagonista
de la novela de Camus, El extranjero,
lee el recorte de prensa que daría origen unos años después a su drama, El malentendido, de esta forma, comienza a requerir del lector
lecturas previas (las referencias a escritores y a sus obras son constantes:
Balzac, Tolstoi, Némirovsky, etc.) para comprender las reflexiones que en forma
de monólogo-diálogo entabla Marta, la hija protagonista de la obra de teatro,
con aquel, encarcelado en espera de su ejecución, para hablar de la condición
humana, Dios, el amor, la justicia, la libertad, la pena de muerte, la soledad…
filosofía existencialista en suma, y crear un juego de espejos entre literatura
y vida que va a mantener en otros relatos como “Sombra de ojos”, proyección
actualizada de las difíciles relaciones entre madre e hija planteadas por Irène
Némirovsky en su novela, El baile, o
“Dora”, donde Corbatón ayuda a Patrick Modiano a reconstruir lo que fue de Dora
Bruder antes de su fin en Auschwitz, haciendo suya su particular poética en la
que la ficción y la realidad de la Ocupación se encuentran en una suerte de
simbiosis narrativa cuyo resultado es poder contar hechos reales, sirviéndose
de la imaginación para llenar los vacíos del pasado y convertirse en testigos
no presenciales que luchan contra el olvido de la ignominia de los campos de
exterminio.
En esa misma línea de denuncia del
fanatismo y la intolerancia se encuentran “Un triste adiós”, homenaje al
escritor Hugo Bettauer, asesinado tras publicar La ciudad sin judíos, una sátira -fábula premonitoria- del
antisemitismo, y “El lago”, relato que toma prestado un personaje de la novela
anterior, un joven poeta judío, para presentar los pensamientos previos a su
suicidio.
En el titulado “Eve”, utiliza una
cita de Adán y Eva, de
Charles-Ferdinand Ramuz, para exponer con crítica ironía el patriarcado actual
de nuestra sociedad, la sumisión de la mujer al hombre, impuestos por una
iglesia pervertida e hipócrita.
En “El club blanc”, la narradora
encuentra una carta de su abuela dirigida a la enigmática y huidiza escritora
catalana, Elvira Augusta Lewi, que le sirve para crear una mise en
abîme tan de su gusto y reivindicar la necesaria igualdad de la mujer (¡Qué
importancia tienen las mujeres en la escritura de Giménez Corbatón! ¡Qué conocimiento
manifiesta en estas celebraciones feministas de su psicología!)
La atractiva impostura, falsamente atribuida
al Gran Jefe Seattle, “Nosotros somos parte de la tierra”, la utiliza como
arranque del relato “Tierra y agua”, contundente crítica del supremacismo
blanco y radical afirmación de la igualdad de las razas.
El simbólico título, La seda del tiempo, anticipa otros muchos presentes en los
relatos y se convierte en el eje vertebral que los engarza, esa seda que bien
podría interpretarse como lo sutil del hilo de nuestras vidas, la nada del
tiempo de nuestra existencia, camino de la verdadera nada eterna que nos
espera, como la que anhela la protagonista de “Alas”, trasunto de la del relato
de Mercè Rodoreda “Semblava de seda”. Pero esa seda es también la suavidad del
lirismo de la prosa de Giménez Corbatón, esa fina tela con la que envuelve temas
y convicciones éticas, la característica fundamental de su escritura, con la
que transciende lo efímero de la realidad para dotarla de inmortalidad
literaria.
José Giménez
Corbatón, La seda del tiempo,
Zaragoza, Prames, 2021.
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