EL PRADO, UN ESPACIO DE PENSAMIENTO
Nadie que conozca la obra de Agustín
Sánchez Vidal pensará que su último ensayo, La
vida secreta de los cuadros, se limite solo a presentar sesudos análisis
pictóricos al uso o pretenda atraer la atención del lector con visiones
esotéricas sensacionalistas, desde luego, todo eso lo encontrará en su justa
medida, pero su pretensión última es más ambiciosa, completa y universal, de
alguna manera nos la anticipa en el subtítulo de la obra, Un recorrido diferente por el Museo del Prado, y nos la explica en
su prólogo, “El camino español o pintura de la variedad del mundo”: no estamos
ante una “guía del museo a través de sus ‘grandes éxitos’”, su propósito es hacérnoslo
disfrutar desde la erudición y la anécdota mostrando “las historias que exhibe,
esconde o deja adivinar”, crear una cartografía abierta -nunca definitiva-, que
reflexione acerca de la imagen, pero también acerca del mundo y de la vida. En
suma, su intención es la de enseñarnos el Prado como un espacio de pensamiento
abierto.
Etimológicamente la palabra museo
proviene del griego moyseîon,
propiamente “lugar dedicado a las Musas”, un templo consagrado a las nueve jóvenes diosas protectoras
de la épica, la música, la poesía amorosa, la oratoria, la historia, la
tragedia, la comedia, la danza y la astronomía. De alguna forma son las
inspiradoras de la creación, el arte, el saber y la elocuencia, si aplicamos
esta definición original a nuestro museo nos encontramos ante “un espacio con
plena capacidad para repensar el mundo” y se convierte en una “atalaya” desde
la que contemplar y comprender la vida humana. Pero, además, el Prado, por su
gestación y configuración, tiene un valor único y especial que lo distingue de
otros grandes museos mundiales como el Louvre o el British, precisamente porque
habla de manera directa sobre España, sobre nuestra historia e, incluso, sobre
nuestra idiosincrasia, es, como él mismo define, un “ágora sobre lo que nos ha
constituido como colectividad”, en este sentido, esta obra se emparenta
directamente con su ensayo, Sol y sombra,
por lo que tiene de introspección y homenaje a España, por su forma de
relacionar pasado y presente, arte y vida cotidiana.
Junto con el Prado –continente y contenido-,
uno de los personajes principales de su trabajo es el complejo y contradictorio
Felipe II (el “rey papelero”, que se pasaba horas y horas atendiendo la
correspondencia, admirador de Tiziano, pero fascinado por otro pintor en sus
antípodas, El Bosco) y su época, cuando
en España no se ponía el sol, pero su persona y cuadros sirven no solo para
hablar de pintura e historia, sino de matrimonios de conveniencia, del
nacimiento de la correspondencia en el mundo, la creación de los servicios de
espionaje y de la criptografía, de duelos y disputas por amor… para cerrar el
capítulo regalándonos el argumento de una novela policíaca con trasfondo
histórico con Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, como
protagonista.
Sánchez Vidal analiza la importancia
y el simbolismo de los colores, en especial en los bodegones, esos cuadros
aparentemente inocuos, interpretables de inmediato que, como el resto del arte
figurativo, simulan que transcriben la realidad tal cual es, pero no es así,
también están codificados y bajo su sagaz mirada descubrimos la simbología
política de los alimentos, así el naranja fue emblema del protestantismo porque
su nombre coincidía con el de Guillermo de Orange, momento en el que en la
pintura holandesa se impone ese tono para las zanahorias y otros productos
hortícolas, o que los arenques simbolizan la resistencia contra los españoles,
porque constituyó el alimento que les permitió aguantar durante el cerco de la
ciudad de Leiden, en el marco de la guerra de Flandes. Por el contrario, como
contrapunto, el azul, hasta ese momento muy poco utilizado por su elevado coste
de elaboración, terminó convirtiéndose en el de la Inmaculada Concepción y, a
la postre, en el de la bandera europea, elección mal digerida por los países
protestantes de la Unión, cuyo uso interpretaron como una conspiración
religiosa e ideológica de los católicos.
Otro personaje principal es Goya, o
los diferentes Goyas que conviven en sus paredes estableciendo visiones radicalmente
distintas de España: la colorista, alegre y placentera de su etapa juvenil en
“La pradera de san Isidro”, frente a la
sombría y siniestra de “La Romería de san Isidro” de sus pinturas negras.
Uno de los capítulos más curioso y
documentado es el que dedica a los bufones y “gentes de placer” -enanos, locos,
titiriteros, fenómenos-, centrado en su mayor parte en la pintura de Velázquez
y en su humana y personal relación con ellos y con los monarcas.
Sánchez Vidal nos enseña que las
imágenes nunca son transparentes, juegan con códigos o lenguajes determinados
por el contexto histórico, la cultura o la educación. El cuadro trampantojo
elegido para la portada, de cuyo marco sale –o entra- el título y un niño, nos
lo anticipa: este ensayo
quiere romper el espacio pictórico, hacer permeable el marco, y prorrogarlo
hacia el el espectador para incluirlo dentro y hacerlo partícipe de su mensaje;
mirar una obra de arte no es verla como algo externo, ajeno a quien lo
contempla, sino que también puede servir para conocernos más y mejor.
Siguiendo el gracianesco aforismo,
“no todos los que miran ven”, nos evidencia que la visión no es solo un
fenómeno óptico, implica también acuerdos, convenciones y procesos sociales, su
mirada va más allá del canon tradicional y establece conexiones con otras
múltiples disciplinas: arte, literatura, cine, ciencia, economía, sociología y
realidad se integran y se explican mutuamente estableciendo constelaciones de
significado, de manera que esta capacidad para encontrar vínculos entre ámbitos
diversos del conocimiento y nuestro propio presente nos ayuda a entender mucho
mejor el mundo en que vivimos y a nosotros mismos. De esta forma, nuestra
mirada se amplia y completa convirtiendo al museo del Prado en un espacio de
pensamiento que nos obliga a hacernos preguntas, así, guiados por el especialista, pero con divulgativa
y esencial exposición de maestro de escuela regada por el refrescante chirimiri
de la lluvia fina del humor, descubrimos que las imágenes sirven de motor
cultural, narrativo y vital para los hombres, de alguna manera son contadoras
de historias y crean relatos colectivos que nos ofrecen un conocimiento
transversal y no estandarizado del mundo. Fuera de estas ficciones no existen
dioses, ni naciones, ni dinero, ni leyes… Como señala en el capítulo,
“Cicatríces de Babel”, en el que analiza este recurrente mito a lo largo de la historia
y sus implicaciones lingüísticas-político-religiosas presentes en las
diferentes artes, los relatos son los únicos capaces de “sobreponerse a las
ruinas de los imperios y monumentos[…] Pueden conectar Babilonia con Nueva
York, superando la geografía y la historia, atravesando los continentes desde
Asia hasta América o los siglos a lo largo de cuatro mil años. Son capaces de
mantener toda su vigencia y dejar por el camino un reguero de obras maestras,
generando miles de glosas abordadas desde las más diversas manifestaciones
artísticas, instancias culturales o derivas geopolíticas.”
Agustín
Sánchez Vidal, La vida secreta de los
cuadros, Barcelona, Espasa, 2022.
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