CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 7 de junio de 2011

AGUSTÍN SÁNCHEZ VIDAL: LA LLAVE MAESTRA

   ¿Dr. Livingstone, supongo? Esta es la frase que dijo el despiadado periodista y aventurero Henry M Stanley al explorador Henry M. Stanley Dr. David Livingstone cuando se lo encontró, en mitad de la selva africana, donde había ido a buscarlo. En la complaciente y monocorde sociedad actual, la aventura y el espíritu inquieto del explorador parecen haber desaparecido para siempre de nuestras vidas; sin embargo, son legión los espectadores y lectores que disfrutan del género y lo demandan, tanto en el cine como en la literatura.
   No cabe duda, la narración entendida como la memoria de lo heroico sigue contando, y sigue contando en estos tiempos tan prosaicos porque nos recuerda la posibilidad del heroismo y ese recuerdo es la posibilidad misma. En nuestros días, nos convertimos en héroes porque nos lo cuentan o, mejor aún, porque lo vemos en el cine y, sobre todo, en la televisión. Conrad entendía la novela como algo con virtud suficiente para obligar a cualquier hombre a olvidar lo cotidiano y adentrarse en un mundo nuevo fabricado con palabras: "Lo único que persigo con la ayuda de la palabra escrita consiste en haceros oír, haceros sentir y, sobre todo, haceros ver. Y si alguna vez llegase a ello, en ello encontraríais -según vuestros merecimientos- estímulo, risa, terror, consuelo, encanto, todo lo que os causa placer y quizá, por añadidura, incluso esa revelación de la verdad que tan obstinadamente os olvidáis de reclamar". Agustín Sánchez Vidal sabe todo eso y mucho más, por eso en su primera incursión en la novela, La llave maestra, apuesta por la aventura, en la que se mezcla de forma admirable el rigor documental con la intriga y el thriller, pero La llave maestra es mucho más.
   De entrada es un homenaje a la literatura general y a la del siglo XVI en particular. Es, como parece anticipar el nombre de la editorial, una suma de letras (también de conocimientos) donde confluyen, junto a la novela de aventuras, de intriga, histórica y científica, la novela bizantina, la morisca, la de viajes (con la Odisea como paradigma, la acción transcurre en Toledo, Estambul, Washinton, El Escorial, Yuste, etc.), la de espías, etc. Pero también es un homenaje al cine de aventuras y fantástico con claros guiños a ciclos tan importantes como el de Indiana Jones, La guerra de las galaxias, o incluso, aunque sea de modo inconsciente, a la tan estupenda como injustamente olvidada película de Neville, La torre de los siete jorobados, en la que podemos encontrar, como ocurre en Antigua, trasunto en la narración de Toledo, toda una ciudad sunbterránea recorrida de trampas ocultas. Es más, Agustín Sánchez Vidal plantea al lector el reto intelectual -de alguna manera podíamos decir que en este sentido la novela es interactiva- de descubrir la procedencia literaria o real de determinados pasajes o personajes mediante claves de dificultad variable dispuestas a lo largo del relato. Así nos remite a obras como  La Celestina, el Viaje de Turquía, el Manuscrito encontrado en Zaragoza o la picaresca, entre otras, junto con personajes camuflados como Raimundo Lulio o Cervantes.
   Estructuralmente la novela se desdobla en dos planos temporales, uno en la época de Felipe II y otro en la actualidad, estableciéndose entre ambos una evidente relación que responde al especular juego de reflejar en los protagonistas del presente las vivencias y sentimientos de sus antepasados, creando de esta forma una estructura que como señala el propio autor está inspirada en la doble hélice del ADN, uno de los muchos temas de fondo de la novela, el cual, a su vez, como en ese cuento de cuentos que son Las mil y una noches -también presente en la novela- nos remite a otro tema importante en el relato, el de la Torre de Babel, estructura helicoidal, heredada de los zigurats, que sugiere en nuestras mentes ideas de evolución y cambio, de intento de comunicar al microcosmos con el macrocosmos, e historia bíblica de castigo divino que nos llevaría al tema principal de la La llave maestra: la existencia de una lengua única que se perdió con la construcción de la Torre, una lengua que "una vez sabida permite conocer las cosas a primera vista. Pues se ven desde dentro, en su misma sustancia, tal como las conoce y las creó Dios, y no en sus accidentes externos"; es decir, el sofware del universo, su particular sistema operativo. Agustín Sánchez Vidal, como buen humanista, manifiesta esa actitud admirativa e interrogativa ante todo lo que supone el ser humano (el lenguaje, las religiones, etc.) y el misterio del universo, manteniendo siempre ese equilibrio entre el pasado y el presente, entendiendo siempre aquél como explicación o antecedente de éste.
   La llave maestra nace con vocación de best seller, pero se diferencia de la mayoría de estas obras por su estilo literario, muy cuidado, en especial la parte del relato que transcurre en el siglo XVI, donde siguiendo con las subtramas paralelas mencionadas resuenan ecos de la prosa de don Juan Manuel, de Cervantes, etc., con excepcionales descripciones, rigurosas y magníficamente documentadas, mediante las cuales, como le hubiera gustado al mejor Stevenson, vivimos las sensaicones de un bullicioso mercado de mediados de siglo XVI, la huida desesperada por las infectas cloacas de El Escorial o la inquietante visita a las dependencias de la Agencia de Seguridad Nacional Americana, no en vano el parto de la novela lo gestó durante más de diez años.
   La llave maestra es un rompecabezas de enormes dimensiones, un auténtico tour de force en el que Agustín Sánchez Vidal funde con extrema habilidad historia y ciencia, literatura y teorías de la información, consiguiendo el horaciano objetivo de enseñar deleitando, al tiempo que obliga al lector a pensar.

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