Un mundo para todos
Un
mundo para todos está dedicada al novelista Tomás Salvador, a
la sazón director de la colección “Selecciones Lengua Española” de la editorial
Plaza y Janés, en cuya tercera elección, correspondiente al mes de mayo, fue
elegida esta novela de Buñuel, habiéndolo sido con anterioridad La imposible canción de Carmen Miera, e Historias del bosque Fang de Íñigo de
Aranzadi.
El tragicómico argumento de Un mundo para todos arranca de la extraña locura de don Cristóbal,
empleado del Monte de Piedad, quien decide transformar su lugar de trabajo en la Banca de Todos, con el fin
de prestar a cada persona la cantidad de dinero que necesita sin garantía ni plazo
alguno y así comienza a devolver todo lo empeñado hasta que sus superiores se
percatan de su locura y lo despiden. Sin embargo, don Cristóbal persiste en su
intención de socializar el mundo y acompañado siempre de su ayudante de turno –los
estrambóticos hermanos, Napoleón, Gandhi y Salomón, más tarde Juanito–, se
lanza a la calle en busca de la encrucijada del orden, la paz y la justicia, en
busca de “los agravios que pensaba deshacer, entuertos que enderezar,
sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y adeudos que satisfacer”. Al
final, detenido y juzgado, se le recluye en un manicomio donde morirá.
Un
mundo para todos se aleja del tremendismo y del realismo
imperantes en su momento y reinventa el Quijote,
transformando la realidad, debido a la locura de don Cristóbal, en aventuras mágicas
y fantásticas. La crítica literaria lo emparentó con el Alfanhuí de Ferlosio y con la obra de Gilbert Keith Chesterton:
“Nos parece que la identidad es radical como para
fijarla a la casualidad. Leyendo las aventuras quijotescas de don Cristóbal de la Guindalera Un mundo
para todos, nos parece que viene a nuestra literatura exacta correspondencia de
aquellas visiones de Archer y el Mono huyendo en un hansancab, de los
vagabundos bajo la enseña de la vieja hostería o de la aventura napoleónica de
Nothing Hill. Es verdad que aquella fantasía chestertoniana debe mucho al
genial precedente cervantino, hasta el punto de que una de sus novelas mágicas
se llama nada menos que El regreso de don Quijote, y en este sentido la fuente
es idéntica para el finisecular inglés y para este joven español. En cuanto a
procedimiento literario para enfocar la narración y darle curso, Un mundo para
todos es deliciosamente chestertoniano”.
De nuevo, ese no ajustarse al realismo imperante en
las letras de los años sesenta le supuso críticas como la siguiente de Ricardo
Domenech: “El tema, interesante en principio, no llega a cuajar, sin embargo,
en una realización feliz. El defecto fundamental que yo advierto en Un mundo
para todos es el de que no acata unas condiciones realistas mínimas,
imprescindibles en toda novela, y más si esa novela, como en Un mundo para
todos sucede, tiene una pretensión social. Esta carencia de realidad se
advierte en el trazado de los personajes -–siempre psicológicamente
incompletos, demasiado ‘literarios’–, en los diálogos –carentes de la gracia
del lenguaje popular–, en las situaciones y en la acción misma de la novela
[...]”
Sin duda, lo más interesante de esta novela lo
constituye la defensa que de ella realizó Buñuel ante la censura, dejando un
inestimable documento para la posteridad al que le dedicamos un apartado.
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