DE BUHOS DE ESCAYOLA, MUÑECAS RUSAS Y HACEDORES DE TERRORISTAS O LA MIRADA DE LOS
PECES
En cuanto a la forma, la escritura en primera persona de La mirada de los peces parece anticipar unas memorias parciales del autor que abarcan desde su recién estrenada adolescencia en 1993 hasta la conclusión del libro en 2017, en cuyo interior, a modo de disparadero narrativo, se esboza fragmentariamente la biografía de su antiguo profesor de filosofía en el instituto, Antonio Aramayona. No, demasiado sencillo, la reconstrucción autobiográfica fluye por el cauce sinuoso de los meandros de la memoria y deriva hacia la autoficción, el reportaje y la crónica generacional ¿Es pues una novela? Podría leerse como tal, pero en puridad tampoco lo es.
Y en cuanto al tema, ¿es La mirada de los peces un homenaje a ese “carismático maestro, defensor a ultranza de la educación pública, el laicismo y el derecho a una muerte digna”,que se suicidó en julio de 2016, en un último acto de coherencia vital? De hagiografía, como parece anticipar la cita de la contraportada, nada de nada, si acaso una pizca de homenaje, cuarto y mitad de admiración, un algo más de gratitud y un mucho de recuerdo reconocido.
Tal vez La mirada de los peces sea un ajuste de cuentas con el barrio de San José o el de las Delicias, o con la misma ciudad de Zaragoza -su ciudad- “ventosa, arisca, halitósica, cuartelera, asmática y grasienta”, pero que Jon Sistiaga, en su documentaldedicado a Antonio titulado Tabú –también presente en la narración-, retrató “bella” y que este eligió como un “lugar cálido y grato donde tumbarse a morir.” No, tampoco. Aquel barrio es como cualquiera de nuestros barrios de adolescencia, como el de la serie de Cuéntame, con sus descampados, sueños, primeros amores, etc.
Será quizá La mirada de los peces un ajuste de cuentas consigo mismo, con ese Sergio del Molino que negó a su maestro como lo hiciera San Pedro con el suyo. O puede que el ajuste de cuentas sea con su profesor, ese Groucho Marx camuflado tras su seriedad y sus gafas, provocador, dialéctico, dilemático, paradójico e irónico, gran hacedor de terroristas. No, en modo alguno. ¿Un libro sobre la muerte? Algo hay ¿Un legado escrito para su hijo Daniel? Podría ser.
¿Qué es entonces La mirada de los peces? Es inquietud, duda, perpetuo conflicto y paradoja: la vida misma que nunca está “en los blancos ni en los negros, sino en la maraña inmensa de grises donde todos somos culpables e inocentes a la vez.” Es ese universo Aramayona poblado de búhos de escayola y muñecas rusas, adornos vacíos en su escritorio y símbolos en la novela de esos alumnos que asistieron a sus clases, en esa etapa decisiva de la adolescencia en la que cada cual busca su lugar en el mundo y anhela que los padres o profesores siembren en su interior inquietudes vitales, aunque sea la de ser terroristas, como explicaba su particular Pygmalión filósofo suicida.
La mirada de los peces es un título/imagen que resume ese sentimiento omnipresente en toda la obra mezcla de abulia existencial y orfandad tan común en los adolescentes, unido a la imperiosa necesidad de tener referentes personales.
La mirada de los peces es literatura en estado puro: una estructura meditada y compleja, que ensambla recuerdos, reflexiones, conversaciones… Una mirada que construye el relato al tiempo que lo dota de sentido conforme se avanza en su lectura;es ritmo, tensión y honestidad narrativa… Pero, sobre todo, La mirada de los peces es lenguaje, prosa forjada en la fragua de los elegidos a base de sensibilidad, exactitud, humor, crudeza y ternura.
Sergio
del Molino, La mirada de los peces, RandomHouse,
2017.
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