CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 2 de marzo de 2018

TRAS LA HUELLA DE LOS AMANTES EN LA LITERATURA (IV)

TEATRO (I)

El dramático es el género en el que la historia de los Amantes de Teruel alcanza sus máximas cotas de popularidad. Desde la primera tragedia renacentista, respetuosa con las reglas clásicas, escrita por Rey de Artieda en 1581, hasta su reciente presencia en el drama especular contemporáneo de Ramón Caudet, La calle al final del mundo, estrenada a finales del año 2016 en Miami, han trascurrido más de cuatro siglos en los que el teatro los ha tenido como argumento, siempre atendiendo a los diferentes gustos y corrientes de cada época. Cuentan pues con dos obras construidas según la exitosa fórmula lopiana (Tirso de Molina, 1615 y Pérez de Montalbán, 1630), una comedia burlesca representada en Palacio (Suárez de Deza, 1663), dos melólogos de finales del siglo XVIII (Nifo, 1791 y Comella, 1794), una tragedia neoclásica anónima de 1800, una de las cumbres del drama romántico (Hartzenbusch, 1837), con sus correspondientes imitaciones en España y adaptaciones en Alemania (Adolf Seubert) o Gran Bretaña (Anita George), dos operas decimonónicas, la de Rosario Zapater (1865) y Bretón (1889), con sus respectivas derivaciones en dramas líricos con música y multitud de parodias burlescas a lo largo de todo el siglo XIX (Los amantes de Chinchón, 1848; Estrupicios del amor, 1849; Los novios de Teruel, 1867) y principios del XX, siglo en el que tiene lugar en 1955 una magna representación en escenarios reales escrita por Federico Muelas, Clemente Pamplona y José María Belloch, claro precedente de las cada día más exitosas y populares fiestas teatrales que convierten a toda la ciudad de Teruel en un gran escenario para la Partida de Diego, en octubre, y las Bodas de Isabel, en febrero, con guiones para los diferentes momentos del escritor Santiago Gascón. Ya en el siglo actual, nos encontramos con la citada obra de Caudet y un drama lírico del músico turolense ganador de un Emmy, un Ariel, nominado a los Oscar y los Goyas, entre otros muchos reconocimientos internacionales, Javier Navarrete, especialmente compuesto para la sonoridad de la iglesia de San Pedro, donde se desarrolló el final de la tragedia.

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