TEATRO (I)
El dramático es el
género en el que la historia de los Amantes de Teruel alcanza sus máximas cotas
de popularidad. Desde la primera tragedia renacentista, respetuosa con las
reglas clásicas, escrita por Rey de Artieda en 1581, hasta su reciente
presencia en el drama especular contemporáneo de Ramón Caudet, La calle al final del mundo, estrenada a
finales del año 2016 en Miami, han trascurrido más de cuatro siglos en los que
el teatro los ha tenido como argumento, siempre atendiendo a los diferentes
gustos y corrientes de cada época. Cuentan pues con dos obras construidas según
la exitosa fórmula lopiana (Tirso de Molina, 1615 y Pérez de Montalbán, 1630),
una comedia burlesca representada en Palacio (Suárez de Deza, 1663), dos
melólogos de finales del siglo XVIII (Nifo, 1791 y Comella, 1794), una tragedia
neoclásica anónima de 1800, una de las cumbres del drama romántico
(Hartzenbusch, 1837), con sus correspondientes imitaciones en España y
adaptaciones en Alemania (Adolf Seubert) o Gran Bretaña (Anita George), dos
operas decimonónicas, la de Rosario Zapater (1865) y Bretón (1889), con sus
respectivas derivaciones en dramas líricos con música y multitud de parodias
burlescas a lo largo de todo el siglo XIX (Los amantes de Chinchón, 1848; Estrupicios
del amor, 1849; Los novios de Teruel, 1867) y principios del XX,
siglo en el que tiene lugar en 1955 una magna representación en escenarios
reales escrita por Federico Muelas, Clemente Pamplona y José María Belloch,
claro precedente de las cada día más exitosas y populares fiestas teatrales que
convierten a toda la ciudad de Teruel en un gran escenario para la Partida de Diego, en
octubre, y las Bodas de Isabel, en febrero, con guiones para los diferentes
momentos del escritor Santiago Gascón. Ya en el siglo actual, nos encontramos
con la citada obra de Caudet y un drama lírico del músico turolense ganador de
un Emmy, un Ariel, nominado a los Oscar y los Goyas, entre otros muchos
reconocimientos internacionales, Javier Navarrete, especialmente compuesto para
la sonoridad de la iglesia de San Pedro, donde se desarrolló el final de la
tragedia.
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