CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 22 de octubre de 2018

TRAS LA HUELLA DE LOS AMANTES EN LA LITERATURA (IV)

TEATRO (I)

Rey de Artieda, entre la pluma y la espada.
         Andrés Rey de Artieda nació en Valencia en ¿1544 o 1549?, hijo de aragonés y valenciana. Sin duda conoció de primera mano la historia de los Amantes, no olvidemos que en 1555 se descubrieron sus cuerpos en una capilla de la iglesia de San Pedro. Ese mismo año, el escritor turolense, Pedro de Alventosa, compilaba por escrito la historia, relato en la actualidad perdido, y en 1577, Bartolomé de Villalba, el doncel de Jérica, la incluía en el que puede ser considerado como primer libro de viajes por España, El peregrino curioso y grandezas de España.
         Conocedor pues de la tradición y casi con seguridad también de las obras citadas, Artieda publicaba la suya en 1581, si bien fue estrenada algún año antes.
         Rey de Artieda es el escritor renacentista prototípico, herido tres veces en Lepanto, participó en otras tantas batallas de importancia y parece ser que llegó a cruzar el Elba a nado sosteniendo la espada en la boca, a vista del ejército enemigo. 


Integrado hacia finales de siglo en la poética Academia de los Nocturnos valenciana con el nombre de Centinela, debió desarrollar una notable actividad literaria, pero desgraciadamente de sus escritos solo ha llegado hasta nosotros, por el momento, Los Amantes, su primera obra teatral. Sin embargo, debió ser notable poeta y persona admirable, pues en un mundo tan narcisista y egocéntrico como el de las letras, son numerosos los testimonios de escritores contemporáneos suyos reconociendo sus méritos y virtudes, así Cervantes lo nombra en su “Canto a Caliope”, libro sexto de La Galatea; con posterioridad lo ensalzaría también en su Viage del Parnaso. Por su parte, Lope de Vega lo encomia en su Laurel de Apolo, y el aragonés Lupercio Leonardo de Argensola le dedicó un soneto.
         Resulta curioso el escueto título de su drama, Los Amantes, sin complemento alguno que sirviera para localizarlos en el espacio, como dándolo por supuesto por ser una historia sobradamente conocida por todos, por lo menos en el entorno oral aragonés y valenciano en el que se movía el escritor. De igual forma, esa falta de concreción del título también alude a la universalidad del tema que se dispone a dramatizar.
Como señala Esther Borrego (2009), la obra de Rey de Artieda pretende establecer un equilibrio entre el modelo de la tragedia clásica de corte humanista y las nuevas creaciones populares que comenzaban a triunfar en los escenarios: el tema es su primera innovación, es nacional y basado en un hecho con visos de ser histórico; prescinde de la división en cinco actos, de los coros, de los seres fantásticos y de la puesta en escena de los sucesos más trágicos, a los que tan solo alude; las unidades de tiempo (la víspera y el día del trágico suceso), lugar (Teruel y sus afueras; dos casas, la de Isabel y la de Diego) y acción (supeditada a las unidades anteriores, pero los hechos empezaron años antes, aquí entra en juego una de las aportaciones más originales de Artieda: Diego narra la historia de sus amores al caballero Heredia, estrategia que sirve al autor para poner en antecedentes al público) se mantienen pero sin rigidez, las señales de mal agüero y los símbolos no son meros vestigios del teatro clásico, sino que tienen en algunos casos valor de personajes, etc.
De alguna forma, los postulados teatrales defendidos por Artieda son un precedente necesario para la formación del teatro nacional, que culminaría el mismo Lope de Vega y que formularía en su Arte nuevo de hacer comedias, de hecho son varios los estudiosos que ven en el personaje de Perafán, el criado de Diego, un claro precursor del “gracioso”  del teatro lopesco.

A partir de su obra, prácticamente todos las posteriores siguen linealmente el argumento por él planteado, aunque la versión más reconocida en el futuro fuera la de Pérez de Montalbán, si bien, cada una de ellas varía notablemente en tono, intención y forma.

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