Hartzenbusch: Los amantes de Teruel, una obra en marcha
La obra más popular es el drama romántico de Hartzenbusch, que no respeta la regla de las tres unidades y mezcla libremente la prosa y el verso. Sin duda es el más original y el que introduce más elementos de ficción con respecto a los hechos transmitidos por la tradición literaria (el lienzo moro de Valencia; las cartas reveladoras de la infidelidad de la madre halladas en el pecho del templario muerto; la aventura de Zulima disfrazada de hombre, la violencia de su amor y su entrevista con Isabel, etc.) Su propuesta asume la tradición de Artieda y Tirso y la reelabora potenciando aquellos elementos que eran del gusto del teatro romántico (ambientación medieval, el motivo del plazo, el tema del amor absoluto por encima de toda ley, la denuncia social, escenas de bandidos, venenos narcotizantes, etc.), cambia la visión vital y social del drama de Tirso y se cuestiona el concepto de autoridad paterna, le da la vuelta al viejo código del honor de la escena barroca -ya no va a depender de la opinión de los demás, sino de la propia conciencia- y antepone los sentimientos a las rigurosas convenciones sociales, todo ello salpimentado con una hábil disposición de los recursos estrictamente dramáticos (los hechos se condensan en los últimos seis días de vida de los amantes; el tiempo, angustioso, misterioso y fugitivo, se convierte en el verdadero protagonista, etc.)
En definitiva, aun siendo
probablemente su obra de calidad literaria inferior a otras, terminó
oscureciendo a las demás y se convirtió en la gran obra española sobre el amor,
con la que consiguió colocar la historia de los Amantes a la altura de las del
Cid y Don Quijote y supuso un hito para que se siguiera escribiendo sobre ellos
versiones no sólo dramáticas, sino también líricas y narrativas.
La obra se estrenó en el
Teatro del Príncipe, el 19 de enero de 1937, en función a beneficio del gran
actor, Carlos Latorre, con intervención de otros también muy famosos en ese
momento, como Julián Romea y Bárbara Lamadrid.
Fue un éxito enorme de público y crítica, y sirvió para situar a su
autor en la cima de la popularidad.
Los especialistas se
mostraron también muy favorables, así el acerado Ramón de Mesonero Romanos, que
unos años antes se había mostrado despiadado con una de sus obras, propuso a
Hartzenbusch para miembro del Ateneo de Madrid. De igual forma, se deshicieron
en elogios autores contemporáneos como Eugenio de Ochoa, Aureliano
Fernández-Guerra y Antonio Ferrer del Río. Hasta tal punto gustó, que un
crítico teatral tan severo como Larra salió entusiasmado del estreno y escribió
una visceral reseña que concluía con las siguientes emotivas y premonitorias
palabras:
“Si oyese decir que el final de su
obra es inverosímil, que el amor no mata a nadie, puede responder que es un
hecho consignado en la Historia, que los cadáveres se conservan en Teruel y la
posibilidad en los corazones sensibles; que las penas y las pasiones han
llenado más cementerios que los médicos y los necios; que el amor mata (aunque
no mate a todo el mundo) como matan la ambición y la envidia […] porque el que
no lleve en su corazón la respuesta no comprenderá ninguna. Las teorías, las
doctrinas, los sistemas se explican; los sentimientos se sienten.”
Larra se suicidaba a los pocos días de haberla escrito, el
13 de febrero ponía fin a su vida disparándose un tiro en la sien tras recibir
la visita de su amante, Dolores Armijo, una mujer casada, que le devolvió sus
cartas de amor y le comunicó su decisión de romper la relación definitivamente
para regresar con su marido. De esta forma, Larra corroboraba con su propia
sangre sus palabras y certificaba la veracidad del tema central de la obra: se
puede llegar a morir de o por amor.
La recepción en Teruel fue si se quiere más fría, de hecho,
el escritor local y amantista declarado, Esteban Gabarda, criticó algunos
aspectos del drama, censurando de manera especial el hecho de que la madre de
Isabel fuera adultera, lo que llevó a Hartzenbusch a publicar un irónico
artículo de respuesta sin desperdicio en el que ponía en evidencia la
afirmación del turolense y los anacronismos de sus estudios, evidenciando de
esta manera su pelo de la dehesa.
En puridad, no podemos hablar de una única propuesta en
Hartzenbusch, sino de una obra en marcha, en continuo hacerse, pues en 1849
publicó una nueva edición que en realidad es un drama nuevo y sus
reelaboraciones fueron constantes, llegando a escribir más de seis versiones,
entre las que destacan, además de las citadas: París, 1850 y Madrid, 1858. Su
tendencia fue a ir progresivamente atemperando la versión inicial despojándola
de los excesos románticos.
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