A Félix Romeo, in memoriam.
A finales de los cincuenta y principios de la década de los sesenta el cine italiano se encontraba en la vanguardia de la cinematografía mundial y junto a un amplio número de directores que obtuvieron buenos resultados artísticos, surgió también un cine denominado "popular", que se sostuvo sobre dos géneros fundamentales: la comedia meridional de trascendencia local y el peplum. Desde el primer momento encontramos a nuestra guionista-argumentista-productora urdiendo peleas, duelos, cruentas batallas, viajes fantásticos, luchas circenses y demás ingredientes de este género cuya única finalidad era la de entretener durante algo más de una hora a un público poco exigente en los cines de barrio o de pueblo. Así, en 1958 y partiendo de un argumento propio, escribió el guión, junto con Ennio de Concini, de La rebelión de los gladiadores, dirigida por Vittorio Cottafavi, a la que seguirán, prácticamente a razón de una por año: Las legiones de Cleopatra (1959), Ursus (1960. Típico film de forzudo invencible, de los en Italia denominados un tanto irreverentemente “películas con bestione”), El gladiador invencible (1961) y Los invencibles (1963. Se trata de un calco de los westerns americanos ambientado en la Grecia antigua con una buena realización y unos magníficos decorados).
A finales de los cincuenta y principios de la década de los sesenta el cine italiano se encontraba en la vanguardia de la cinematografía mundial y junto a un amplio número de directores que obtuvieron buenos resultados artísticos, surgió también un cine denominado "popular", que se sostuvo sobre dos géneros fundamentales: la comedia meridional de trascendencia local y el peplum. Desde el primer momento encontramos a nuestra guionista-argumentista-productora urdiendo peleas, duelos, cruentas batallas, viajes fantásticos, luchas circenses y demás ingredientes de este género cuya única finalidad era la de entretener durante algo más de una hora a un público poco exigente en los cines de barrio o de pueblo. Así, en 1958 y partiendo de un argumento propio, escribió el guión, junto con Ennio de Concini, de La rebelión de los gladiadores, dirigida por Vittorio Cottafavi, a la que seguirán, prácticamente a razón de una por año: Las legiones de Cleopatra (1959), Ursus (1960. Típico film de forzudo invencible, de los en Italia denominados un tanto irreverentemente “películas con bestione”), El gladiador invencible (1961) y Los invencibles (1963. Se trata de un calco de los westerns americanos ambientado en la Grecia antigua con una buena realización y unos magníficos decorados).
De todas ellas, la mejor es Las legiones de Cleopatra, coproducción franco-hispano-italiana, realizada por Vittorio Cottafavi que contó con buenos medios técnicos y artísticos, entre los cuales cabe destacar a los actores Ettore Manni, Georges Marchal y la guapísima Linda Cristal. El guión y el argumento es de los especialistas italianos De Concini, Cristallini, el propio Cottafavi y nuestra autora, a quien también se deben los diálogos.
Esta serie de películas de romanos se financiaban en régimen de coproducción, generalmente entre España e Italia, menos en este último caso, ya que al ser un proyecto más ambicioso, intervino también capital francés. A este respecto cabe señalar que en la distribución de los mercados exteriores la parte española resultaba, como norma, la más perjudicada, entre otras cosas porque en numerosas ocasiones este régimen de coproducción lo que pretendía era convertir productos extranjeros en españoles por un simple acuerdo de distribución a modo de anticipo o bien por la organización del rodaje en España, limitándose la empresa española a proporcionar información o a hacer de intermediaria entre la dirección de la película y las instancias oficiales españolas demasiado burocratizadas. En estas condiciones, lo más normal es que la presencia profesional hispana acabara siendo meramente simbólica. Esta práctica fue generalizada, como lo demuestra graciosamente el siguiente chiste publicado en La Codorniz: "España ponía la 'co' y los extranjeros la producción". Seguramente Atenea Films no escapó a ella, pero en el caso de Las legiones de Cleopatra esto no fue así en absoluto, basta con mirar el reparto para descubrir en él a actores nacionales de primera fila como Alfredo Mayo, Mary Carrillo o entre los técnicos a Mario Pacheco o Julio Peña, entre otros. Estela y Atenea Films, las productoras españolas, no se conformaron con el acuerdo inicial de distribución y lograron que desde la Dirección General de Cinematografía se solicitara a la parte italiana la modificación del reparto como requisito previo para conceder el permiso definitivo de rodaje en España. Consiguiendo de esta forma unas condiciones mucho más ventajosas para las productoras nacionales.
De todos es sabido que la industria cinematográfica busca series que impone como moda hasta saturar el mercado, momento en que se hace necesario descubrir nuevos temas. Así, cuando los peplum entran en regresión, asistimos al nacimiento del "spaghetti-chorizo-western" y junto con él, compartiendo también su impersonalidad y su carácter mimético, comienza a dar sus primeros pasos el cine de terror hispano. En ambas modalidades probaría suerte nuestra guionista y productora.
En 1963 se estrenó Horror, una coproducción hispano italiana dirigida por Alberto de Martino y planificada, junto con escritores italianos, por Natividad Zaro. Se trata de una película híbrida entre lo policíaco, la novela gótica y el suspense con profusión de elementos terroríficos, inspirada en el relato de Poe, "The Premature Burial" -con cataléptico incluido-, que nos narra un truculento crimen fratricida.
Dentro del "spaguetti-western" se inscribe su colaboración en la película Desafío en Río Bravo, cuyo título alternativo fue El sheriff de O.K. Corral, dirigida en 1964 por Tulio Demichelli, en la que lo más destacable es la presencia de Guy Madison en el papel del famoso sheriff de O.K. Corral y el inevitable aragonés, genéticamente mejicano, Fernando Sancho.
Finalmente, sus aportaciones al mundo del cine concluyeron en 1966 con la película de aventuras ambientada durante la Revolución Francesa, basada en una novela de Alejandro Dumas, El aventurero de la Rosa Roja, realizada por el especialista en el cine de aventuras Steno y coproducida por Italia, España y Francia, en la que se narran las aventuras de un joven aristócrata francés que tras sus refinados modales, siempre rodeado de flores y bellas mujeres (una de ellas fue la algunos años más tarde popularísima cantante y presentadora de la televisión española, Raffaela Carrá), oculta su auténtica personalidad, intrépida y arrojada, pues tras hallar ya moribundo al enmascarado y terrible revolucionario conocido como "El Marsellés", decide asumir su personalidad.
A MODO DE CONCLUSIÓN.
Ser mujer, universitaria, viajera y actriz en los años treinta son características que anticipan una personalidad atractiva. Iniciarse en el teatro y, sobre todo, en el cine español de los años cuarenta como argumentista y guionista, la convierten en un fenómeno poco frecuente, pero sobrevivir en él como productora durante los cincuenta y sesenta hacen de Natividad Zaro casi un hecho insólito, pues, aun a pesar de que pueda parecer lo contrario, se trataba de un territorio sembrado de conflictos de toda índole, tanto industriales, como políticos, culturales, religiosos y estéticos, los cuales, en cierto modo, explican las dificultades, reconversiones y baches de la inmensa mayoría de los profesionales que trabajaron en el azaroso mundo del cine español de la época. La trayectoria profesional de Natividad Zaro es un claro ejemplo, pues oscila desde las adaptaciones literarias (en sus comienzos de obras teatrales suyas), la apuesta por el nacimiento de un cine con pretensiones modernizadoras próximo, a su manera, al neorrealismo italiano, pasando por el intento de consolidación de un género autóctono, el cine de bandoleros, desgraciadamente desaprovechado, hasta llegar a instalarse definitivamente en el cine comercial de subgéneros español en todas sus variantes, hecho, en algún caso, con cierta dignidad y pretensiones de calidad.
En definitiva, podemos concluir que Natividad Zaro fue una luchadora, una mujer impulsada por el tesón que arrastró con decisión y audacia los más insólitas empresas en el mundo de la cultura, un mundo de hombres y para hombres vetado en su mayor parte a las mujeres. Todo cuanto escribió estuvo marcado por el signo del adelantamiento, de la experimentación, de un feminismo que no tuvo más remedio que mimetizar entre firmas de hombres, aceptando ocupar un discreto y escasamente consentido segundo plano.
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