CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 18 de marzo de 2012

LUCAS A. YUSTE MORENO. POETA DE MONREAL (IV)

Poemas del Hoy y del Ayer (Antología)
Se trata de un poemario con dos partes claramente diferenciadas por el mismo autor en la presentación: "El título de Poemas del Hoy y del Ayer (Antología), no tiene más significado que el de señalar dos épocas distintas, en este quehacer incierto y casi siempre lleno de zozobras, como ha sido mi vida literaria: la presente y aquella otra en la que caminaba con mis primeros pañales poéticos y que sin duda alguna los llevé pegados durante largos años".
Los "poemas del ayer" son una recopilación de composiciones de su etapa inicial que abarca, tal y como se señala en el libro, desde el año 1952 al 1960. De ahí, que muchos de ellos los retome de su primera obra Surcos[1].
En los "poemas del hoy", Yuste Moreno logra conformar una obra cerrada, trabada por un tema común presente en todos los poemas: su experiencia vital convertida en sucesión de dolorosos y angustiosos versos. El prologuista del libro, José Hernández Benedicto, así nos lo descubre: "La antología que ahora nos regala, está constituida por retazos profundos de su propia vida gritada desde dentro (...) en ellos (los poemas) se descubre al poeta".
El poemario comienza con una composición irónica titulada "Diagnóstico", en la cual presenta la atrofia mental como algo normal en la España del momento. Seguidamente nos participa su soledad existencial: "Y había tanta soledad en mi presencia, que no cabía en todo el Universo". El origen de este desamparo existencial se encuentra en la historia reciente: la Guerra Civil ha sumido a los españoles en la destrucción, la duda y la noche. El poeta es una víctima de esa "lucha fratricida", "y lo dejaron tendido en la ignonimia, para que nadie escuchase su plegaria", y pasa a engrosar las filas de aquellos que carecieron de infancia y de tantas otras cosas:
... y aquellos niños,
que no tuvimos luna, ni zapatos
y se nos dio una guerra
para enardecer la fantasía
y que pudiésemos librar en el recuerdo,
nos fuimos al estiércol de los días,
ignorando todas las edades
y todos los momentos que el destino
dejó como sublimes en la piedra (p.23)


El poeta busca en el amor un refugio que lo libre del desamparo en que se halla: "Que sea la palabra de tu nombre,/el único poema de mis labios", pero no obtiene respuesta:
... se hace largo el vacío de las horas,
mientras aguardo la llama de tu beso:
... la llama de tu amor, sobre mi llanto (p.30)

Ante el silencio, la muerte se convierte en una alternativa anhelada por el poeta y expresada de forma desgarrada y directa al más puro estilo de Blas de Otero:"...esperando la muerte a pecho abierto..." (p.33). Pero, mientras aguarda su hora, como poeta le queda la palabra y debe cumplir su misión de cronista: "... Y el poeta, que lleva entre sus lunas la vigilia, sigue arando sus surcos en el yermo" (p. 36), debe denunciar con sus versos lo ocurrido -"Doce fusilados"-, dar testimonio de su presente vacío, carente de contenido, condenado al ostracismo, sembrado de silencios y de ausencias, inmerso en una sociedad violenta -"La violencia violenta", "Una M..."-. En su interior anida un anhelo profundo, una esperanza: la fe de conseguir una España nueva, en la que todos tengan un sitio:
Para tí y para mi,
que sea también para nosotros, esta España,
una nueva página,
donde no haya borrones ni silencios,
donde no haya palabras escogidas,
ni se sienta un barbecho sin cultivo (p.43)

    
Su verso se hace más comprometido:

  Lleváis sobre la frente
el sol de muchos días:
campesinos, unidos,
gritad vuestras desdichas.
  Sois una misma cosa,
en tierras de secano;
guardando las ovejas,
guardando los sembrados.
  Lleváis sobre la frente
el sol de muchos días:
unos con los rebaños,
otros con las espigas.
  Sois una misma cosa,
bordeando los ribazos:
y andáis con las espigas,
o andáis con los rebaños.
  Más que el viento y los soles
os curten las fatigas.
Campesinos, unidos,
¡gritad vuestras desdichas!

En suma, podemos concluir que en esta colección de poemas domina la temática de un sentimiento angustiado que arranca de la contienda civil española, la cual aboca al poeta, como a tantas otras personas, al abismo de la nada. La poesía se convierte en una terapia personal, en una obligación ética y en un sosiego espiritual -no exento de tensiones- que lo redimen de la vergüenza del silencio de posguerra.


     [1]Como señalábamos de los poemas de Surcos, se trata de composiciones de corte popular que remedan a Lorca ("Rosa de sangre", "Miedo") o a Machado ("Las distancias", "Campanario de mi pueblo", "Voy andando por el mundo", "Huella sin nombre").


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