CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 1 de mayo de 2012

ALFONSO ZAPATER. EL ETERNO APRENDIZ (I).

Esta entrada es parte de un artículo publicado en la Revista Cultural Turia nº 95.

Juan José Verón -a la sazón presidente de la Asociación de Periodistas de Aragón-, con motivo de la entrega a Alfonso Zapater del premio de honor a toda una trayectoria periodística en el año 2006, un año antes de su muerte, dijo de él que era “un maestro del periodismo aragonés”; sin embargo, Zapater siempre se consideró “un eterno aprendiz”: “Continúo teniendo sueños e ilusiones permanentemente. Por eso sigo diciendo que nazco cada día que amanece. Si no se soñase, no merecería la pena vivir”, declararía en una entrevista concedida con motivo del mencionado premio, pues él siempre se vio como “el hombre que era de niño”,  por lo que en todo momento le acompañaron los recuerdos de su infancia y una perenne mirada infantil con la que escudriñaba la vida y el  mundo con esa insaciable curiosidad de niño adulto en la que todo, cada día, está aún por descubrir.
Alfonso Zapater fue uno de esos periodistas de casta, de los de antes, de los que se pateaban las calles, alternaban en los bares y conocían la intrahistoria de su ciudad - Zaragoza- al dedillo.  Escribió hasta el mismo día de su muerte, incluso jubilado iba todas las tardes al Heraldo a redactar su columna y supo adaptarse como un chiquillo a la revolución informática y a su velocidad de vértigo: “tú dime cómo entro a escribir y ya está”, le pedía a su joven compañero de trabajo, lo demás ya lo ponía el escritor de raza que llevaba dentro, por eso murió con las botas puestas o la pluma en ristre, escribiendo hasta el final y manifestando en cada línea de sus artículos, con cada una de sus palabras, el amor que siempre sintió hacia su tierra: “Que la personalidad de los pueblos permanezca intacta sin temor a perderla un día, por culpa del descenso de habitantes…”, con este párrafo a propósito de la Asociación Cultural El Hocino de Blesa, terminaba su última crónica de El Solanar dos días antes de morir, palabras que demuestran, por un lado, su enorme capacidad de trabajo, y por otro, resumen la constante temática más importante de su legado creativo: su profundo amor por Aragón.
Sin duda, aunque a él no le gustara reconocerlo, fue un gran maestro del periodismo, un buen novelista, un poeta de mérito, pero ante todo fue un enamorado de su tierra, un aragonés de los pies a la cabeza, digno heredero del pensamiento de Costa, al que tanto admiró y sobre el que tanto escribió.

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