CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 24 de abril de 2012

JUAN COBO WILKINS: "LA SOLEDAD DEL AZAR".

                                                                                  HAZ Y ENVÉS

(Esta reseña ha sido publicada en la revista Turia, nº. 101-102, Marzo / Mayo 2012 ).
La vida es una paradoja plena de ironía; la soledad y la confusión se imponen en nuestro quehacer diario: tener teléfono móvil, correo electrónico, Facebook, Tuenti o Messenger no implica comunicarse, como tampoco disponer al instante de toda la información acumulada por la humanidad en ese Aleph borgiano que es Internet no supone estar informado, más bien todo lo contrario, el hombre de hoy se siente más solo, más perdido y confuso que nunca en un mundo globalizado, donde todo está aparentemente al alcance de la mano y, sin embargo, como en el mito de Tántalo, resulta inaprensible, pues nada ni nadie es lo que parece y todo está sometido a un continuo y vertiginoso cambio –cotidie morimur, cotidie commutamur et tamen aeternos esse nos credimus-, y a tantas visiones como variables puedan concurrir en una misma circunstancia en ese tablero del azar que es la vida.
 Juan Cobo Wilkins –colaborador también de Turia- juega con esta paradoja en su última obra, La soledad del azar (Almuzara), un libro de relatos proteicos, multiformes, metamórficos, no exentos de sutilezas, mucho humor, grandes dosis de socarronería y continuos homenajes literarios (Borges, Ovidio, Lorca, Tenesse Williams, etc.), que por momentos son pura poesía prosificada –o prosa poética, tanto da-, en los que el sentido corrosivo de la realidad, la ironía más genuina y la caricatura de su propia escritura, se conjugan misteriosamente, alados por una fantasía muchas veces provocadora en su simbolismo.
El libro se divide en dos secciones, Haz y Envés, espejos en los que se miran los personajes complementando una situación de la vida aparentemente normal a la que se le da una vuelta de tuerca que la convierte en algo inquietante, enigmático, irreal,  de forma que lo cotidiano queda trascendido y lo tangible, lo que está en primer plano, queda convertido en una piel exterior bajo la cual palpita el misterio de la vida, o viceversa, el misterio de la vida encuentra su reverso en la rutina cotidiana más prosaica y vulgar, pongo como ejemplo esa pequeña genialidad titulada “Mincemeat” (carne picada), sobre el hombre que nunca existió, William Martin, que habría de cambiar la historia de la Segunda Guerra Mundial, y su desternillante reflejo en el Envés, en esa interpretación particular de los hechos en forma de enfado de la mujer del pescador que encontró su cadáver y llegó, como siempre, tarde a casa. Por esta razón, los personajes de La soledad del azar nos sugieren con la mejor de sus intenciones leer “el relato de la parte inicial (Haz) y a continuación el homónimo de la segunda (Envés).” Siguiendo esta forma de lectura recomendada, el libro se abre en Haz y se cierra en Envés con el relato titulado, “Así viene, así se va”, que a su vez tangencialmente se encuentra presente también en el que cierra Haz y abre Envés, “Mago” -un complejo cuento-poema-monólogo teatral metaliterario- conformando de esta forma una especie de anillo de Moebius narrativo, en el que el Haz y el Envés se confunden –como los géneros- formando un mismo todo sin principio ni fin.
Juan Cobo Wilkins nos descubre en la realidad inmediata, tangible y de apariencia plácida, la existencia de un universo a la vez inquietante y extraño (“solo el misterio nos hace vivir, solo el misterio”, nos dirá citando a Lorca); lo que nos rodea, viene a decirnos, incluidas las personas, nunca son lo que parecen y esconden tras su fútil aspecto un universo poblado por seres enigmáticos, fantásticos, etc. Su mirada está acostumbrada a descubrir en lo cotidiano lo insólito, lo sobrenatural, lo estremecedor, lo absurdo, etc., y se mueve con maestría consumada en la difusa frontera que separa la realidad del sueño -o de la literatura-, el presente del pasado –o del futuro-, lo vivido de lo escrito –o leído-, lo humano de lo celestial –o lo infernal-, la vida de la muerte. En sus narraciones, la cotidianidad, tan plana y monocorde, se halla presta a una inefable revelación, sólo hay que estar atentos -saber mirar- para convertirnos en privilegiados testigos de lo invisible: hay tantos mundos como observadores.
En sus relatos nos encontramos con personajes que fabulan sobre la realidad vital de los otros, peligroso juego especulativo que plantea el autor y contagia al lector, pues cuando nos queremos dar cuenta, somos nosotros mismos los que nos encontramos imaginando, inventando, reconstruyendo la vida de esos seres apenas esbozados en historias mínimas, en fragmentos de una realidad caleidoscópica que nos vemos obligados a recomponer dando rienda suelta a la loca de la casa.
De alguna manera, los relatos de Juan Cobo Wilkins tratan sobre gente, sobre sus vaivenes anímicos y espirituales, sobre sus miedos, frustraciones, paranoias, sufrimientos, distanciamientos, etc., pero, sobre todo, aunque cada uno de ellos enfrenta a su manera su situación particular, hay algo que trasciende a lo que les sucede y que funciona como nexo común a todos ellos: la sensación de infinita soledad que los invade; el agobio que padecen por sentirse tan desarraigados y desconectados del resto del mundo. En todos y cada uno de ellos, de una u otra forma, no se esconde otra cosa que la desolación, si bien se deja vislumbrar en su mayoría un fondo de esperanza.
Los relatos de La soledad y el azar, plenos de sugerencias, despiertan inquietudes y liberan interrogantes que no siempre somos capaces de contestar. Déjense asombrar y diviértanse.

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