La película de Camús -como la novela de Cela que adapta- carece de una sólida trama porque el relato no es más que la sucesión de múltiples escenas o secuencias de diferente longitud que se centran en la descripción física o moral de los personajes, o bien en la narración de los pequeños actos de su vida cotidiana. En suma, La colmena es un fresco del discurrir diario del Madrid de la posguerra, un Madrid de mañanas “eternamente repetidas”, lleno de miradas “que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos…”; en suma, un Madrid desolado, gris y hambriento, donde el estraperlo está a la orden del día como medio de ganarse la vida unos y de enriquecerse otros; es decir, sus secuencias conforman un mosaico con las pequeñas derrotas de hombres y mujeres que viven con poca esperanza. De ahí que la banda sonora aparezca despojada de toda grandiosidad sonora y se reduzca a una sintonía melódica simple de tonos tristes, dominada por un saxo que desgrana notas como lágrimas, creando un clima frío y nostálgico; un saxo que solloza y transmite con claridad meridiana al espectador la frustración y el hastío en el que viven los personajes, derramando sus notas sobre el fondo musical de carácter rítmico, conformado por un cuarteto de cuerda que lo acompaña interpretando una melodía triste (importancia de la melodía en las composiciones de García Abril) como las vidas de los protagonistas del film. De esta forma, Antón García Abril ilustra de forma magistral ese ambiente depresivo, de abatimiento general de las personas que vivieron esos duros momentos.
Incluso la música diegética utilizada para ilustrar secuencias tanto en el café de doña Rosa, donde tocan en directo unos pobres músicos, como en la sala de baile, en la que suena un gramófono, suena triste, lánguida, desganada, sin demasiada alegría: tangos, vals, etc.
Todo lo expuesto se refuerza con una contención absoluta de la música a lo largo de la película, a la que se la despoja, como a los personajes, de su presencia, de su teórica alegría, y sólo emergerá en los momentos más dramáticos del film para subrayarlos levemente, son tan sólo siete secuencias y en los títulos de crédito de la apertura y cierre de la película, siempre asociadas al personaje de Martín Marco, el más representativo de ese vivir desolado, con leves instantes de mínima alegría.
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