LA PERSONA
CASA NATAL EN CASTELLOTE |
Miguel elaboró con gran amor el capítulo dedicado a Aragón de la obra colectiva titulada Maravillosa España, en él, partiendo del análisis de su propia personalidad, describe el carácter aragonés de la siguiente manera: “Y en esto radica la naturaleza, naturalidad, nobleza; sustancia, salud, sinceridad del aragonés, todo él franqueza; todos ellos, pueblo [...] el cabal aragonés, pánico, panteísta, rústico, a mucha honra: baturro. Y por eso humano hasta el tuétano, desprendido, solidario, hermano: maño”.
Manuel Estevan nos describe su personalidad como la de un “purista que pasó su vida buscando lo incorruptible”, y en lo político añade: “La militancia ortodoxa de Miguel supongo que era un reto más en su vida, un deseo coherente de transformación social junto con unos criterios de solidaridad que siempre se tradujeron en sus actos. Pero de lo que no ejerció jamás fue de político al uso burgués, ni frecuentó la política como experimentación publicitaria. Nuestro poeta fue un socialista incorruptible que nunca entró en los devaneos de la dialéctica de pasillo oscuro”.
Esta breve y emotiva síntesis de la personalidad de Buñuel, fruto de la amistad de Manuel Estevan con nuestro escritor, se constata con facilidad en sus textos, cuya biografía y espíritu animan constantemente sus páginas: “– Y eso precisamente quisiera ser yo –prosiguió el joven–, ni vivo, ni muerto... Desde luego en la otra ciudad me ahogo. Ya no aguanto tanto egoísmo, tanta cretinez, tanta insolidaridad. Usted vive aquí, ¿no?
– Sí, en un panteón.
– Ha hecho bien. Pronto haré yo algo parecido. Por ahora me conformo con venir aquí.
– ¿Y cómo ha sido eso?
– He venido retrocediendo lentamente. En realidad, mi presencia aquí se debe a mi
incapacidad para encajar en la golfemia de la vida. Para encajar tenía que ser un egoísta de
tantos, un insolidario de tantos... El caso es que he ido retrocediendo poco a poco hasta llegar
aquí y rodearme de muertos. Y aquí me encuentro en mi medio.
– Sí, los muertos son los grandes solidarios; por no rechazar, no rechazan ni a los vivos.
– Porque no devoran, sino que se dejan devorar; porque todo lo que podían decir se lo
callan, al revés de los vivos, que todo lo que deben callar, lo dicen; porque la tierra madre
que los cubre los iguala en la solidaridad de la muerte...
– Soy de tu misma opinión. El gran pecado de los hombres es su falta de solidaridad.
– ¿Y por qué, padre, sólo hay solidaridad en la muerte?
– Pues por todo lo que acabas de enumerar, por egoísmo, por cretinez, por incapacidad
humana... ¿Y cómo llegaste hasta aquí?
– Lentamente, ya se lo he dicho... Verá, fui educado como un señorito entre señoritos;
sin embargo, todos los muchachos proletarios que trataba se hacían amigos míos. Esto lo
puede comprobar más adelante en un campo de trabajo universitario. En seguida me hice
amigo de los obreros. Y más de uno me dijo: ‘Tú no eres como los otros’. Esos otros, por
supuesto, eran mis compañeros universitarios.
– Pero, ¿sólo eras tú de esa condición entre tus compañeros?
– No, no todos mis compañeros de Universidad eran señoritos. En cada facultad siempre
había un grupo minoritario de extraños. Y digo extraños porque así nos llaman el
resto. Entre nosotros nos llamábamos camaradas. Constituimos varias asociaciones: los
Adoradores de la Muerte, las Juntas de Ofensiva Literaria, los Apaleados de la Universidad [...].
– ¿Y la política?
– En cuanto a la política nos limitábamos a la teoría. Pero además estábamos convencidos
de la necesidad de esa teoría. Precisamente nuestro país no tiene política, por falta de
una teoría, de unos principios apolíticos. La política en nuestra patria, y usted lo sabe, se
ha reducido siempre a mítines contra esto o aquello, a tumultos o algaradas callejeras, a
desplantes o proclamas cuarteleras.
– ¿Y qué fue de las asociaciones?
– Se disolvieron por fuerza mayor y porque nos iban expulsando paulatinamente de la
Universidad. No tuvimos más remedio que desperdigarnos y refugiarnos en Universidades
de provincias... Y, claro, el cansancio, la abulia, la desesperanza hizo el resto [...].
– ¿Y qué se hizo de la ilusión de antaño?
– No era ni ilusión, era pura ingenuidad.
– No, tu vida, como la vida de todos nosotros, de los últimos como tú los llamas, está
para quemarse en algo, para ser hoguera hasta el fin de nuestros días [...]” (Un lugar para
vivir, p. 207 y ss.).
Extensa y significativa cita que demuestra cómo la personalidad de Miguel gravita sobre los protagonistas de sus novelas: Buñuel es Narciso, ese niño que viaja por tierra, agua y cielo, y que termina inmolándose para salvar al mundo; es mosén Manuel, ese cura hipersensible que asume los dolores ajenos como propios; es D. Cristóbal, ese loco solidario con los que sufren, político garante de la paz universal, eterno aspirante a convertir la tierra en “un mundo para todos”; es el niño Manuel, víctima inocente de un mundo en desorden... Buñuel es y está en todos sus personajes, perpetuos buscadores de la fraternidad humana, soldados infatigables de la justicia, defensores de la libertad, solidarios con el Hombre, entrañables alucinados en busca de un mundo mejor. Nuestro escritor, nacido en el seno de una familia conservadora y católica a machamartillo, parte de una formación inicial clásica que tiene en Eugenio d’Ors, en lo intelectual, y Dionisio Ridruejo, en lo político, a sus máximos exponentes; sin embargo, su amistad con poetas y novelistas como Celaya, Otero o Max Aub, su reconocida admiración por Ramón J. Sender, su carácter contestatario e idealista y su anhelo de utopía, explican su continua evolución hacia movimientos de izquierda cada vez más radicales que lo sitúan en los últimos años de su vida militando en el Partido Comunista Marxista Leninista. En definitiva, Miguel Buñuel fue un hombre sensible, estrambótico, contestatario utópico, bondadoso, defensor a ultranza de las causas nobles, solidario y espíritu libre. Buñuel es ese Quijote que todos sus personajes llevan dentro.
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