CONVERSACIONES CON UN TALIBÁN DE LA AMISTAD O EL
COLECCIONISTA DE AMIGOS PRODIGIOSOS
José Bello leyendo la revista de la Residencia de Estudiantes. 1997 Archivo Residencia de Estudiantes. Archivo ARCHIVO JOSÉ BELLO |
José Bello Lasierra (Huesca, 1904-Madrid, 2008), Pepín para los amigos, fue un testigo excepcional de la
cultura española del siglo XX, en especial de su primer tercio, momento
irrepetible en el que coinciden las generaciones del 98, del 14 y del 27.
Homenaje al pintor Hernado Viñes. De pie (de izda a dcha.): José Caballero, Eduardo Ugarte, Eva Thais, Adolfo Salazar, Alfonso Buñuel, Federico García Lorca, Juan Vicéns, Luis Buñuel, Lupe Condoy, Acacio Cotapos, Rafael Alberti, Guillermo de Torre, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Rafael Sánchez Ventura, Maria A. Agenaar Volgelzanz, Honorio Condoy. Sentados : Alberto Sánchez, Delia del Carril, Pilar Bayona, Hernando Viñes, Lulú Jourdan, María Teresa León, Gustavo Durán, Sra. de Dorronsoro. Primera fila: Domingo Pruna, Hortelano, Pepín Bello y Santiago Ontañón. Madrid, mayo de 1936. Archivo de Juan Vicéns y María Luisa González. Archivo Residencia de Estudiantes. Archivo ARCHIVO JOSÉ BELLO |
Con
once años, en 1915, ingresó en la
Residencia de Estudiantes de Madrid, desde ese momento inició una actividad cultural constante que había de durar hasta el siglo XXI. Allí
asistió a conferencias de importantes personalidades como Paul Valery, Madame
Curie, Tagore, Einstein, Marañón, Bergson, Bernard Shaw, H.G. Wells o
Chesterton; participó en la tertulias de Ramón Gómez de la Serna , Valle-Inclán, Pío
Baroja o Unamuno; conoció a pintores como Miró o Picasso, a músicos como Stravinsky
o Falla, a toreros como Belmonte o Sánchez Mejías, a científicos como Ramón y
Cajal o Severo Ochoa, a poetas como Juan Ramón Jiménez, Dámaso Alonso, Jorge Guillén,
Gerardo Diego, Emilio Prados, José Bergamín, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda,
Neruda, Luis Felipe Vivanco, etc; pero, sobre todo, trabó una entrañable
amistad con Dalí, Lorca y Buñuel.
Pepín, Lorca y Dalí |
Dalí en su libro de memorias La
vida secreta de Salvador Dalí lo recordaba como el primer descubridor de su
arte. Federico García Lorca le dedicó un capítulo, “Eros con bastón”, de su
segundo libro de poemas, Canciones, y
para él “Pepín era una gran persona, fundamental en aquel grupo, en aquella
época.” No menos elogiosas resultan las palabras de Buñuel al definirlo en su
particular libro de memorias como “buenazo, imprevisible, aragonés de Huesca,
estudiante de medicina que nunca aprobó un examen, hijo del director de la Compañía de Aguas de
Madrid, ni pintor, ni poeta, Pepín Bello no fue nada más que nuestro amigo
inseparable.” Estos testimonios no son una excepción y dan cuenta de la
bonhomía de un personaje muy querido por todos -probablemente porque nunca
nadie vio en él una amenaza al no pretender tampoco nada-, un auténtico talibán
de la amistad, cuya principal afición
fue la de coleccionar amigos prodigiosos.
Pepín fue uno de esos intelectuales raros e incatalogables que un buen
día, sin que se sepa muy bien por qué, deciden ponerse al margen y sentarse en
un banco del parque a ver pasar la vida o practicar el “ruismo” (salir a la
calle y vivir) a perpetuarse en las artes; un hombre inteligente y dulcemente
hermético, que renunció indolentemente a su propio talento y se contentó con ser testigo del trabajo de los demás, ese tipo de persona que nos deja la
inquietud desasosegante de lo mucho que lleva dentro, inexplorado e "inexplotado".
Los periodistas y poetas David Castillo y Marc Sardà se aventuraron a
bucear en el mar de su memoria y en Conversaciones
con José “Pepín” Bello (Anagrama) nos presentan de una manera directa, con
su propia voz, el tesoro de sus recuerdos más valiosos. A
este respecto debemos significar que sobre los pilares de algunos de esos
testimonios, generosamente prodigados en diferentes momentos de su vida, se han
construido numerosos estudios de prestigiosos ensayistas de la literatura y el
cine, como reconocía Agustín Sánchez Vidal al dedicarle al joven anciano
oscense su fundamental, Dalí, Lorca, Buñuel: el enigma sin fin.
Pepín Bello fue un conversador
fascinante, original, inesperado y de largo aliento, pero en numerosas
ocasiones fue más que un buen conversador (aquél que ha vivido mucho y lo sabe comunicar) y se
convertía en todo un escritor oral (aquel que se amedrenta ante la cuartilla en
blanco o no quiere sufrir en el potro de tortura de la introspección de la escritura
y decide elaborar sus trabajos conversando, o mejor dicho, monologando) para esbozar
artículos hablados sobre pintura, poesía, política, personajes de las artes y
la cultura, bien ilustrados de datos concretos e imágenes inmediatas, pero
dejándolos ahí, flotando con el humo del tabaco en el caer de la tarde, sin
darles mayor importancia. Bien es verdad que, en ocasiones, adoptaba modales de verdulera
de barrio y contaba chismes, como cuando decía que “Juan Ramón pretendía vivir
del aire. El dinero lo ganaba su esposa […] alquilando pisos”, que “A Belmonte
le gustaban mucho las criadas y las cocineras.” , o calificaba de “sopas” a
Machado, de “soso” a Azorín o de “sucio” a Pedro Garfías.
Así era Pepín Bello: simpático, creativo, escéptico, socarrón, transgresor…
un auténtico surrealista o, al menos, como lo definió Juan Ramón Masoliver en
1929, “el aleccionador de los surrealistas españoles”.
David Castillo y Marc Sardà consiguieron en Conversaciones con José “Pepín” Bello
plasmar la amenidad del conversador, su agilidad mental, su sentido del humor
y, sobre todo, la agudeza de su inteligencia. Pero, sobre todo, descubrieron en él ese lado humano de la persona –que no del personaje-, de ese Pepín Bello que se
confiesa nihilista y, sorprendentemente, reconocía que no había sido feliz y que
hubiera preferido no haber existido. Paradojas de la vida: vivió casi 104 años, gozó de una salud de hierro y regaló hasta el día de su muerte una sonrisa al mundo.
El texto viene acompañado de 65 fotografías del archivo personal de Bello,
las cuales se han convertido en auténticos iconos de la cultura del siglo
pasado, como la que tomó el propio Pepín del homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla
(intuyendo la importancia del momento salió a la calle y pidió prestada una
cámara a un fotógrafo ambulante), considerada en la actualidad el acta de
constitución de la
Generación del 27.
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