SOBRE EL INFINITO Y LA NADA
El escritor ciezano, poeta, traductor, profesor de Filología Italiana en la Universidad de Murcia y colaborador de la revista Turia, Pedro Luis Ladrón de Guevara, ha publicado su primera novela, La campana rasgada, editada por Huerga y Fierro. Se trata de una particular reflexión “metaliteraria” que comienza significativamente con una presentación que enmarca temporal y espacialmente la narración en el Madrid del año 2034. El narrador contempla la ciudad desde una elevada terraza y desde la atalaya de su edad provecta; otea la fisicidad del horizonte geográfico, real e inmediato, para trascenderlo en el sentido leopardiano de su poema “Infinito”, mediante la capacidad imaginativa del hombre de alcanzar lo metafísico a través de lo físico, de prolongar voluntariamente, a través del límite óptico, la visión imaginaria, con la finalidad de vivir su vida y la de otros como si fueran una misma; es decir, de ver más allá de lo presente retrotrayendo su mirada interior hacia el pasado o proyectándola hacia el futuro, para alcanzar de esta forma la esencia misma de la escritura, quizá del arte mismo, ese, en palabras del autor, “amante exigente”, caprichoso, voluble y, en general, para la inmensa mayoría de los mortales, “poco generoso”.
La novela está escrita en dos voces: una poética y otra narrativa. Así, en el primer capítulo, el ¿autor?, con una prosa poética –o mediante un poema en prosa, tanto monta- se entrega al acto creativo y se sumerge en sus aguas, en su líquido amniótico, para renacer convertido en el narrador de la novela, Pablo, un joven abogado asentado en su vida rutinaria de trabajo y ocio reglado -lecturas, viajes, cine, familia, amistades, esporádicos flirteos amorosos, etc.-, feliz pues en su aurea mediocritas, con un sentido slow de la existencia , que le lleva a disfrutar de la vida en todo momento como si fuera el último. Altamente definitorio de su carácter -contemplativo, metódico, reflexivo y solidario- es su gusto por el trabajo bien hecho (prepara sus informes administrativos con un lenguaje depurado, como si fueran textos literarios), por el té como ceremonia, disfrutado sin prisas, en amena conversación o reconcentrado en personales pensamientos, y su compromiso social que le lleva a conocer el nombre de los inmigrantes de su barrio, a interesarse por la vida de los camareros que le atienden o a ayudar a quien lo necesita, como hace con Inma, una muchacha perdida en la noche madrileña tras un desengaño amoroso, a la que ayudará y por la que se sentirá atraído. Ambos son jóvenes, aunque ya próximos al umbral de la madurez, a ese momento donde todo son cambios y un posicionarse en la vida de forma definitiva, donde se atisba ese “infinito” pero, donde también, en ocasiones, puede ocurrir que nos quebremos por dentro, que naufraguemos en el proceloso mar de la existencia.
Inma es el contrapunto de Pablo: él es hedonista y vital; ella pesimista y depresiva; él se complace en lo próximo y lo concreto, ella busca lo lejano e inmaterial, no encuentra su lugar en el mundo y tampoco quiere ser una marioneta guiada por los demás, no sabe como conducir su rebelión y terminará encerrada en sí misma, en una campana viciada y asfixiante –esa misma “Campana de Cristal” de la escritora Sylvia Plath- en la que siente el vacío de existir, el tedio de vivir, hasta que por fin la campana se “rasga” y se libera de sus miedos y frustraciones. Al final descubrimos que uno y otra son dos caras de una misma moneda; uno puede trasformarse en la otra y viceversa: una por vaciamiento, el otro por plenitud. Los versos de José Hierro, citados por uno de los personajes, son significativos al respecto: “Ahora sé que la nada lo era todo,/ y todo era ceniza de la nada.” “Qué más da que la nada fuera nada/ si más nada será, después de todo,/ después de tanto todo para nada.”
La campana rasgada es una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre el infinito y la nada, sobre la alegría y el tedio de vivir. Una novela cargada de citas literarias, de referencias cinematográficas -quizá demasiadas para un panorama literario tan trivial, tan de usar y tirar como el actual-; una novela poética, un tanto extraña si se quiere, pues tiene mucho de experimento literario, pero al mismo tiempo resulta próxima y cercana; una novela que nos muestra lo fácil que es caer y quebrarse en mil pedazos, pero que también nos descubre la maravilla de la vida, del placer de vivir y disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas. Para la persona encerrada en su particular campana, la vida puede estar vacía y el mundo ser una pesadilla, pero también la campana puede ser símbolo de aliento, una vibración que, como decía Hegel, “nos recuerda con su tintineo que la aventura del hombre no es inútil”, que la vida merece la pena ser vivida.
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