EL ESPÍRITU DE LA TERTULIA
Foto tomada del blog GARCÍA NIETO |
Hasta nuestro cibernético e individualista siglo de blogs, chats, foros e internautas ávidos de relaciones virtuales en
la red, gran parte de la vida transcurría alrededor de un café y en el Café. Los nombres fundamentales de la Cultura , el Arte o la Política eran
cafeinómanos irredentos que preferían el humo de sus tertulias a los salones
aristocráticos, las academias o las tribunas universitarias. La Fontana de Oro, El
Universal, El Café Nuevo, etc., fueron las cátedras de las artes, las letras,
las ciencias y la política en el Madrid del siglo XIX; El Gato Negro, Fornos, La Granja El Henar, el
Suizo, Pombo, el Lyon d’Or, Varela, Chicote, El Gijón y tantos otros lo fueron
del XX. Estudiantes, pintores, escultores, arquitectos, escritores, músicos,
juristas, médicos, periodistas, cómicos, toreros, etc., en suma, la sociedad
entera gravitaba entorno a una taza de café. En la actualidad, sin embargo, las
tertulias -entendidas como refugio sentimental e intelectual- han pasado a la
historia fagocitadas por la velocidad del presente y los cafés han dejado de
ser espacios llenos de vida para convertirse en cibercafés, en los que el
teclado del ordenador ha sustituido a la pluma y el uso del Messenger a la conversación en presencia
de corta distancia minada de ingenio corto y rápido.
Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957),
profesor, crítico teatral, ensayista y escritor de ficciones, nos presenta Ronda del Gijón. Una época de la historia de
España (Aguilar), un delicioso libro de entrevistas en el que dieciocho
personalidades se retratan y retratan el momento de su recuerdo rememorando sus
vivencias en el Café Gijón como excusa para hablar de un periodo de su existencia. De esta forma,
sumando fragmentos de vidas, Marcos Ordóñez reconstruye la etapa más importante
del Gijón y una parte significativa de
la intrahistoria de este país.
Este puzzle de recuerdos y
biografías cruzadas se ordena cronológicamente desde los años treinta hasta la
movida madrileña de los años ochenta, si bien los recuerdos tienen ese tono
giratorio, oscilante, de la vida en el café. Lo inicia Eugenio Suárez,
falangista fundador y director de un emporio periodístico (El caso, Sábado Gráfico,
Velocidad, Cine en Siete Días, etc.)
y lo cierra el ya fallecido Alfonso González Pintor, “cerillero y anarquista”,
como reza la placa que se colocó en su lugar de trabajo y al que de alguna
manera se homenajea en el libro, que en un principio se iba a titular El cerillero del Café Gijón.
Todos los entrevistados tienen su
particular definición del Café Gijón, algunas son favorables, como la de Jesús
Pardo, para quien “el Gijón era el espejismo que nos protegía de la realidad”;
otras pretenden ser objetivas, como la de José Luis García Sánchez, para quien
“el Gijón es como Madrid pero en pequeñito, un sitio al que va gente de muy
diversa calaña para formar grupos de supervivencia”, la de Jesús García de
Dueñas, para quien “el Gijón era un invento, un invento literario y nostálgico”,
la del bohemio profesional, Perico Beltrán, para quien “el Gijón de los años
cincuenta era centro de muchos trapicheos: se conseguían licencias, se
traficaba con los bienes escasos, desde libros a pasta de dientes, se
adelantaba dinero, se celestineaban teléfonos y direcciones, se dejaban y
recibían recados…”, o la del calderoniano camarero, Pepe Bárcena, para quien
“el Gijón es uno de los mejores teatros de Madrid.” Otras, sin embargo, no son
tan positivas, caso de la periodista Rosana Torres, que paseo las cenizas de su
padre por la noche madrileña y para quien “el Gijón era la gran central del
sablazo” o la de Raúl del Pozo, para quien el Gijón es “el ateneo canalla de
nuestra cultura”. Pero la más demoledora de todas es la de Ana María Matute,
cuyo testimonio es el más amargo y desgarrador, para ella el Gijón “era una
cosa muy pequeña, muy provinciana, y en el fondo muy mezquina. Un pequeño mundo
muy casposo, lleno de envidias, de resentimientos. Como un casino de pueblo,
con muchos viejos. Y con aquellos horribles escritores fascistas…”
Literalmente estamos ante un
libro de entrevistas, una mezcla de crónica y reportaje, una especie de
“documental escrito”, como gusta definirlo a su autor. Sin embargo, una lectura
literaria (el sentido de la obra completa, de la armonía de sus partes, de su
orden, de la lógica callada en la elección de voces y estilos) nos descubre un
modélico ejemplo de prosa narrativa, en el que, por encima del hecho de
entrevistar personajes y transcribir sus palabras con el fin de reconstruir una
época, subyace el deseo de contar historias, para lo cual, Marcos Ordóñez se
sirve de unos magníficos narradores con los que conforma una particular novela
coral ambientada en la colmena del Café Gijón y protagonizada por escritores
consagrados como César González Ruano, Eusebio García Luengo, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Ignacio
de Aldecoa etc.; por nombres fundamentales de nuestro cine como Fernando Fernán
Gómez (creador del premio de novela), Rafael Azcona, Juan Tébar, etc.; por míticos
empleados, como el camarero por excelencia Manuel Luna, las particularísimas
señoras de los lavabos, Pilar y Amalia, etc.; por personajes excéntricos y surrealistas como
la escultora Maruja Mallo, que se paseaba por el café desnuda, cubierta
únicamente con un abrigo de pieles o el pintor Paredes Jardiel, que se presentó
a Manuel Vicent a cuatro patas y mordiéndole la pernera del pantalón; por
protagonistas de anécdotas costumbristas, como la de Azcona, al que le hicieron
un traje en plena Gran Vía, o divertidas, como la de Perico Beltrán, que encontró una cucaracha
en la comida y pidió, sin perder en ningún momento la compostura, se la
cambiaran por una gamba, etc. Personalidades recurrentes, siempre presentes en
el recuerdo de todos los entrevistados, bien con opiniones encontradas o bien complementarias.
El Café Gijón ha sido un espacio generador de historias, allí se cerraban
negocios, se buscaba trabajo, amores o que alguien te invitara a comer; sobre
sus veladores se escribieron páginas decisivas del periodismo, el cine y la
literatura española; en su barra se fraguó la amistad de Tip y Coll o se creó
la asociación de Jueces para la
Democracia ; en sus espejos se reflejó la belleza de Ava
Gadner y en sus asientos de pana roja deshojaron su amor María Dolores Pradera y Fernando Fernán
Gómez.
Fernando Fernán-Gómez, Mª Teresa Sahelices , Mª Dolores Pradera y José García Nieto. Foto tomada del blog GARCÍA NIETO |
Ronda del Gijón es eso y mucho
más: es una obra poliédrica de difícil clasificación en la que “rondan” con plena libertad personas y personajes; es
un crisol de recuerdos en los que se mezclan sin apriorismos ni prejuicios de
ningún tipo ideologías, filias y fobias; es un calidoscopio de miradas que
pretenden radiografiar la esencia última, el verdadero espíritu de la tertulia.
Grupo Café Gijón 1947. Tomada del blog GARCÍA NIETO |
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