CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 23 de diciembre de 2024

 

LIMADURAS DE POEMAS, PEDAZOS DEL ALMA, BELLEZA Y VERDAD




         El primer poemario de Marisol Julve, Hija del carbón, publicado por la editorial Libros del Gato Negro, con prólogo de Nacho Escuín, ha sido todo un descubrimiento y se ha convertido, sin duda, en uno de los más importantes del año en Aragón: ha ocupado un lugar de privilegio entre los más vendidos durante varias semanas, algunos de sus poemas han sido ya incluidos en la Fonoteca de Poesía Española y se ha presentado en multitud de localidades de la provincia de Teruel con gran afluencia de público. Su poesía llega al pueblo del que procede y se entiende con facilidad, como señala el prologuista, sus poemas son “pequeños pedazos del alma” y están llenos “de verdad”, sin artificiosos alardes retóricos, crípticos esoterismos ni incomprensible metafísica, como confiesa la autora, “reconoceréis a los maestros de ayer y de hoy, pero eso sí, escucharéis otra voz, la mía: humilde y generosa”.

         Oriunda del pequeño pueblo turolense de Hinojosa de Jarque, ubicado en la comarca de Cuencas Mineras, ya desde el mismo título, la poeta rinde homenaje y reivindica sus orígenes mineros. Desde esa mirada al pasado que nos forja y respetando los silencios que necesitamos escuchar, Julve teje la cartografía de su vida y conforma esta “antología” de su poesía escrita hasta la fecha, una selección de poemas que estructura en tres partes: la primera, “Todos los caminos conducen a ti, amoR”, presenta poemas cuyo tema central gravita en torno a esa página vital cuyo haz y envés son el amor y el desamor; en la segunda, “Expulsada del paraíso”, los versos se tiñen de dolor y muerte, ese otra cara de la hoja de la alegría y de la vida, para desembocar en una tercera, “Hija del carbón”, esa mirada justa y debida a los nuestros, ese merecido reconocimiento del lugar del que venimos, en su caso la mina y el carbón.

         La primera parte es íntima y personal, son versos de juventud, con Bécquer, desde el Parnaso, dictando en su oído el ritmo de unos versos tan  ingenuos como hermosamente sinceros que recrean un mundo de sentimientos y sensaciones, proverbial es el titulado “Siempre miro para arriba”.   

         En la segunda, la romántica e idealista adolescente da paso a la más realista y comprometida joven, sus poemas se hacen más sociales, denuncian las injusticias y dan voz a los de abajo, a los débiles y desvalidos —“Afuera sigue la guerra”, “Blues”, etc.—, se confiesa metapoéticamente —“Plural mayestático”— y homenajea a escritores como Lorca, José Hierro, Gil de Biedma, Benítez Reyes, Ángel Guinda, Gloria Fuertes, etc.

         Lejos de ser una fiesta incomprensible, los poemas de Marisol Julve son una celebración comunicativa y si bien resuenan los ecos de múltiples lecturas, son las de sus autores de referencia y aprendizaje, con la sinceridad y frescura de su reconocimiento y exposición, las convierte en originales, dejando entrever, en ocasiones, entre sus cumbres poéticas, una voz propia y humilde con versos redondos y contundentes que se mueven entre el dominio de la métrica libre y algunos clásicos sonetos y décimas.

         Estamos, no cabe duda, ante una poeta de calidad, de largo aliento y recorrido que nos sorprenderá todavía más si cabe en el futuro, al fin y al cabo, no nos olvidemos, el diamante se forma a partir del carbón.

 

Marisol Julve, Hija del carbón, Zaragoza, Los libros del gato negro, 2024.

Esta reseña se publicó en el suplemento "Artes y Letras" del Heraldo de Aragón



jueves, 5 de diciembre de 2024

 

EL OMBLIGO DEL MUNDO



         Joan Montañés (Castellón, 1965), conocido artísticamente como Xipell, es humorista gráfico e ilustrador. Desde finales de los años ochenta se dedica profesionalmente a satirizar la vida política y social en la prensa diaria: fue redactor gráfico en el periódico Levante-El Mercantil Valenciano hasta su cierre en 2019 (recopilatorios de sus colaboraciones son las publicaciones Draps de Clau, Costa de Aznar y Gaudeamus Ujitur), para pasar después a ejercer como viñetista en el Mundo-Castellón. Además de su labor periodística, ha publicado el libro de crónicas escritas Los días del trencadís, el anecdotario de memorias Examen oral d´historias, la novela La peste del azahar, la obra de teatro El concilio del arroz y los volúmenes de ilustraciones El último monoLa Panderola, el tren que volóLengua Mágica, un día al parque de las NormasViaje al país de Tombatossals y Norma al ataque. También ha sido cofundador de la revista satírica Gurb.

         Su segunda incursión en el género narrativo, publicada recientemente por AdN Editorial, El viaje circular, es un juego entre realidad y ficción como proceso de creación. Xipell, como buen humorista gráfico, salta desde la observación a la imaginación, para realizar un proceso de subversión que supone un continuo trasvase de la mímesis a la diégesis.

         El geógrafo francés Jean-Claude Chigot, doctor de la Sorbonne, racionalista cartesiano, inicia en 1989 un viaje-exploración por encargo del mismísimo François Mitterrand, a través del Bureau des Grands Travaux, en busca del centro del mundo, con motivo de la celebración del Bicentenario de la Revolución y con la finalidad de “certificar si nuestra civilisation continuaba siendo el faro de la humanidad”. No busca quimeras ni entelequias, nada de piedras filosofales, arcas perdidas, griales, fuentes de la eterna juventud o dorados —la crítica a las novelas enigma es evidente—, si bien casi todas acaban apareciendo en sus páginas.

         Tampoco su particular aventura tiene nada de fantástico al modo de El viaje al centro de la Tierra, simple y llanamente trata de encontrar las enseñanzas del “hombre céntrico” para, con absoluto rigor científico, estudiarlas y aplicarlas con la finalidad de situar a la República en un lugar puntero —¿en el centro?— de las naciones.

         Tras tres años dando la vuelta al mundo como un nuevo Phileas Fogg, se dispone a regresar a París sin haber alcanzado su objetivo, cuando la diosa Fortuna lo lleva a un almacén de cítricos en la localidad de Almenara (Castellón) y a entablar conversación con el octogenario tabernero, Virginio Bonet, experto en “mundología”, con el que se dispone a iniciar un periplo por la comarca de los petits châteaux en el viejo Citröen DS, el mítico Tiburón.

         Tras ingerir como bálsamo de Fierabrás una infusión de hierbas locales, unas copas de Anís del Mono y varios españolísimos “Sol y sombra”, con un calendario ilustrado utilizado como mapa del tesoro, nuestros ebrios amigos comienzan su alucinada aventura en busca del “punto exacto con el mayor grado de armonía universal jamás conocido”. Durante el trayecto, se intercalan las visitas reales a los pueblos (Cabanes, Torreblanca, Morella, etc.) y parajes (barranco del Valltorta, Puig de la Nau, fortín de Onda, castillo de Peñíscola, etc.), plasmados por el hiperrealista y egocéntrico pintor castellonense Vidal en las doce láminas que les sirven de guía, con los recuerdos de las realizadas anteriormente por el ilustrado viajero a lo largo y ancho de este mundo examinando de manera infructuosa dictaduras, teocracias, satrapías y democracias, incluyendo a los Estados Unidos y el mismísimo Vaticano.

         Mediante el cervantino recurso del manuscrito, en este caso no encontrado, sino enviado en forma de trigésimo cuarto cuaderno de bitácora al propio François Mitterrand, acompañamos a este Ignatius Reilly viajero siguiendo su retórica prosa volteriana salpimentada con grandes dosis de ironía, en la que constantemente se confunden el mito y la realidad. Si el alucinado caballero andante confundía una bacía de barbero con el Yelmo de Mambrino, nuestro personaje transmuta una gigantesca caracola fosilizada acompañada de una naranjas nável un tanto pasadas en el mítico cuerno de la abundancia y le llevan a pensar en la traducción al español del término inglés, navel, ombligo, como indicio de hallarse cerca del epicentro terrícola. De igual forma, su calenturienta imaginación racionalista interpreta literalmente la frase La millor terreta del món como una nueva señal lingüística de encontrarse en su anhelado pays axial, si bien su sanchopancista compañero le explicará que se trata de una expresión local utilizada como eslogan publicitario por unos comerciantes para vender un estupendo detergente para fregar sartenes.      

         Desde las primeras páginas, Xipell experimenta con el humor —sin duda el verdadero protagonista de la novela— y nos atrapa en su juego literario, con una sonrisa perenne en los labios, que en ocasiones deviene en risa, cuando no en estruendosa carcajada, participamos con sus personajes en sus delirantes andanzas. Con un estilo chestertoniano, tan paradójico como simbólico e irónico —en ocasiones corrosivo sarcasmo que se decanta del sainete al esperpento—, un tanto barroco e hiperbólico, pero fluido y directo, no exento de hilarantes cultismos y abundantes referencias mitológicas (Arcadia, Fuente de Castalia, Jardín de las Hespérides, etc.), históricas (desde los homínidos y cavernícolas, pasando por los príncipes de la iglesia, santos, templarios, cátaros, hasta militares, maquis e industriales, que ejemplifica con el esbozo de las biografías de los personajes de la zona más destacados: Benedicto XIII, Vicente Ferrer, Cabrera, Teresona, Segarra, etc.) filosóficas, cinematográficas y artísticas —no en vano el autor es licenciado en Historia del Arte—, busca siempre la complicidad del lector.

         Lo más llamativo de esta novela consiste en que la transposición onírica de la realidad subvierte lo concreto para trascenderlo por medio del lenguaje y elevarlo a la categoría de símbolo cósmico —entendido como deseo y sueño— para, al final, demostrar una verdad universal, presente ya en la no menos universal obra cervantina: “En todas casas cuecen habas y, en la mía, a calderadas”. La autoironía es también otra constante y el mismo protagonista participa de las pequeñas corrupciones que observa a su alrededor sin ningún pudor. En cierto modo, la novela es una parodia amable de la propia ilustración que él representa.

         ¿Es El viaje circular, valga la redundancia, un libro de viajes? Desde luego, siempre entendido en el sentido decimonónico, mezcla de aventura y abundantes disertaciones de todo tipo. ¿Es una obra alegórica? Sin duda. ¿Es una novela histórica? No, pero tiene mucha historia. ¿Es literatura fantástica? Tampoco, pero es fantástica. ¿Se podría categorizar como posmoderna? Podría ser, pero qué más da, sea lo que sea el artefacto, fruto del mordaz ingenio de un afilado viñetista, funciona, esta odisea es disparatada, divertida, acida e inteligente, contiene sátira política y crítica social, local y universal (los temas son numerosos: guerras de religión, nacionalismos, megalomanías, discriminación de la mujer, especulación urbanística, ecología, etc.), humor a paladas, identidad regional y personal… hasta el punto de que yo he descubierto que mi padre nació en el país donde no funciona la brújula y que yo pasé los primeros seis meses de mi vida en el mismísimo centro de la yema del huevo sin saberlo, pero eso ya es otra historia, la de mi propio ombligo.

lunes, 25 de noviembre de 2024

RESEÑA DE FERNANDO CASTILLO PARA TURIA DEL LIBRO DE JUAN VILLALBA, "ALBARRACÍN, UN VIAJE EN EL TIEMPO"

 

ALBARRACIN COMO LABERINTO 

 


    Hay libros que es necesario comenzar su lectura por la solapa en la que se presenta la biografía de su autor. Este es uno de ellos pues, en esas siempre apretadas líneas, se presentan comprimidas la trayectoria literaria y la actividad de agitador cultural de Juan Villalba, aragonés de Sarrión, que explican en parte este libro. Un libro del cual ya había proporcionado un adelanto de su propósito y contenido en el texto publicado por el autor en la revista Turia en 2022. Ahora, naturalmente, se trata de una obra más ambiciosa y sobre todo más compleja, mucho más de lo que se puede desprender de un título que parece remitir exclusivamente al ámbito de la historia local o a la literatura viajera. Y es que Albarracín. Un viaje en el tiempo, no es solo una aproximación al pasado y a la vida de la villa turolense a lo largo de los siglos, sin dejar de serlo. Juan Villalba es hombre de intereses variados que pertenece a ese grupo de escritores que gusta acercarse y practicar todos los géneros, como demuestra que haya publicado obras de narrativa, teatro y ensayo, con especial dedicación a la biografía, al cine y a la música, así como de ese género tan especial y equidistante que es el libro de viajes. Pues bien, de todo ello hay en esta obra, de cuidada edición y maquetación, dedicada a uno de los lugares de Aragón que hoy, cuando el turismo y el viaje son fenómenos sociales, se ha convertido en referencia para el visitante.

 

    Obra plural y casi cubista por la multiplicidad de la mirada, parte del hallazgo afortunado de abandonar la siempre segura y acertada cronología como método de acercarse a la historia de una ciudad, para acudir a un original recurso narrativo. En este caso el eje del trabajo lo representa la figura de un actor viajero a modo de cronista que regresa a Albarracín, donde hacedecenios rodó una película, que no es otra que Crónica del alba. Valentina, dirigida en1982 porAntonio José Betancor, basada en la obra del también escritor aragonés Ramón J. Sender. El alter ego de Villalba --un epígono del protagonista de la película, a quien no nombra pero al que enriquece con matices de protagonista literario que le hacen más complejo-- es el medio para ir desgranando con gradualidad controlada una erudición albarracinense que permite un conocimiento profundo de la ciudad, transcendiendo lo estrictamente local e incluyendo al lugar en un ámbito genérico, universalizándolo. Es decir, yendo más allá de lo que a algún distraído le pudiera llevar a pensar equivocadamente, que este libro pudiera ser una guía turística, aunque también tenga algo de Baedeker.

 

    A partir del viaje de este actor viajero, Juan Villalba, con prosa cuidada, vocación de estilo, destacable erudición y combinación de intereses distintos, lleva a cabo una original aproximación a la ciudad turolense que tiene algo de laberinto de Borges. De la complejidad del libro, de lo complejo de su armazón que es como una wunderkammer impresa, da idea la relación de asuntos que trata el autor, siempre superando la mera enumeración, incluso profundizando en aquellos asuntos más novedosos e interesantes. En primer lugar, y como no podía ser de otra forma, Villalba presenta un exhaustiva reunión de referencias y testimonios acerca de Albarracín. Una larga lista que comienza con los viajeros que han escrito acerca de la ciudad o de los escritores que la han incluido en sus obras: Pio Baroja, Azorín, Ortega y Gasset, Antonio Cano, Manuel Polo y Peyrolón, Rafael Pérez y Pérez, Federico García Sanchiz…, los más recientes Luis Carandell, Julio Llamazares, Antón Castro, Federico Jiménez Losantos, el interesante José Zapater, una suerte de Julio Verne local y decimonónico, o el "curioso impertinente" Richard Ford, que también recaló en el lugar. Todo el libro está lleno de recursos y guiños culturales y personales, como aquel en el que Juan Villalba lleva a cabo el alarde de convocar aescritores amigos vinculados con el lugar, como Raúl Maícas y José Luis Melero. Este último, de acuerdo con su condición de bibliófilo extraordinario, hace el papel de ingenioso erudito --¿quién podría mejor?--para ir enumerando los escritores que se han ocupado de Albarracín a medida que se encuentra sus libros.

 

    Pero las noticias acerca de la villa turolense no se limitan a la literatura. Por sus páginas desfilan las referencias que tienen a Albarracín como motivo esencial en la fotografía -en la que no falta la presencia de Bernard Plossu y Castro Prieto--, en la música, pintura, geografía, cine, zoología, gastronomía, micología, paleontología-- imprescindibles los dinosaurios y fósiles marinos--historia, botánica o antropología, que de todo ello hay en este libro dedicado a Albarracín y su alfoz. Sin olvidar el protagonismo siempre presente, de la propia ciudad, de sus calles y lugares que la identifican como la Catedral del Salvador, de cuyos tapices se ocupa Villalba con detalle de especialista, las murallas, la Torre del Andador, el Alcázar, el Palacio Episcopal, la curiosa casa de la Julianeta o los museos de juguetes y de la ciudad, que reúne su historia y que impulso el arqueólogo Martín Almagro Basch, también nacido en la comarca albarracinense. Dadas las conocidas inquietudes del autor, no extraña la atención que concede al Albarracín cinematográfico --casi una ciudad plató, una Cinecittá turolense, en la que se han rodado una serie de películas que recupera Villalba en su libro--, o al Albarracín musical, en este caso a través de la figura del compositor, natural de la villa y muy televisivo Julio Mengod. No se puede finalizar sin resaltar las numerosas fotografías que lleva el libro, en el que aparecen magníficamente incluidas y que son un verdadero apoyo del texto y un acierto para el lector.

 

    En suma, Juan Villalba ha creado un laberinto de espejos con reflejos cruzados alejado de la erudición de manual, de la voluntad escolar, pero cerca de la literatura, de manera que consigue que, para quien es ajeno y se acerca a la ciudad, parezca que todo ha sucedido en Albarracín.- 


FERNANDO CASTILLO.

 Juan Villalba Sebastián, Albarracín. Un viaje en el tiempo, Zaragoza, Pregunta Ediciones, 2023

viernes, 4 de octubre de 2024

 

UNA GILDA DOBLEMENTE CINEMATOGRÁFICA



        


La última publicación de Agustín Sánchez Vidal, Pero… ¡En qué país vivimos!, lleva en su portada la fotografía de una gilda, el popular aperitivo coronado por una cámara de cine antigua, excelente metáfora resumen del contenido del ensayo, que se complementa y aclara con el significativo subtítulo: Una celebración del cine y la cultura popular española.

         Con una prosa clara y elegante, el hilo conductor del cine y la ayuda de muchas otras artes, fundamentalmente la música, pero también la literatura, pintura, arquitectura… y del diseño industrial y la ciencia, analiza la transformación de un país rural y agrario en otro urbano y moderno.

         Sánchez Vidal sigue tejiendo su obra en marcha y cada nuevo título se elabora con el enorme bagaje intelectual que atesora este humanista del siglo XX y se sustenta sobre los sólidos cimientos de obras anteriores, en este caso al andamiaje de su excelente, Sol y sombra, personalísimo y desenfadado recorrido por la intrahistoria y la cotidianeidad de España y los españoles desde los años sesenta hasta la transición, se añaden esa “summa artis” integradora de sus muchos saberes como es Genealogías de la mirada y su monumental El Siglo de la Luz, trabajo en el que fijó la cartelera de Zaragoza del siglo XX para “surfear” sobre ella y realizar un estudio sociológico del acto de “ir al cine” analizando su impacto en la vida cotidiana y terminar hablando de las complejas relaciones del séptimo arte con el siglo XX en nuestro país y su lengua.

         ¡Pero… en qué país vivimos! toma prestado el título de la película homónima de José Luis Sáenz de Heredia, protagonizada por Manolo Escobar y Concha Velasco, representantes respectivamente de la canción popular y de la música moderna llegada con los nuevos influjos culturales que, no sin tensiones, concesiones y mestizajes, se van a ir imponiendo en el suelo patrio. Sánchez Vidal deconstruye esta colonización paulatina del imaginario colectivo español desde el cine silente hasta la democracia. Será a partir de 1953 cuando arrecien los vientos del cambio por la influencia estadounidense y la metamorfosis nacional se evidencie en todos los órdenes de la vida hasta implantarse de forma definitiva.

         De la clásica banderilla en sus infinitas variedades, cuyo humilde mondadientes ha jugado un importante papel en el escenario social hispano y en su idiosincrasia, presente ya en el mismo Lazarillo de Tormes, Sánchez Vidal nos lleva a mediados de los años cuarenta, para contarnos que un conocido cliente de una taberna donostiarra comenzó a ensartar en un palillo la aceituna, con una guindilla encurtida y una anchoa y así acompañar sus vinos. Pronto se convirtió en el pintxo por excelencia de Donostia y en poco tiempo en todo un clásico español. Justo en aquel momento era Gilda (Charles Vidor, 1946) la película que se estaba proyectando con gran éxito en las salas y se entendió que el papel encarnado por Rita Hayworth era igual de revolucionario: “un bocado verde, salado y un poco picante" y así fue como bautizaron con ese nombre ese maridaje extremo de mar y fuego.

         Pero Gilda no solo fue una film de éxito, fue también el nombre elegido para la bomba nuclear cuya explosión en 1946 se grabó en  una superproducción en tecnicolor sin precedentes con el fin de darle publicidad mundial y demostrar su poder destructivo, convirtiéndola de esta manera en una auténtica “vedette atómica” en cuya carcasa llevaba pintada la efigie de la actriz, desde entonces fue conocida como “la bomba anatómica”.

         Poco después, en España, el dibujante Vázquez creaba a las hermanas Gilda, historieta gráfica que dio lugar a un revolucionario estilo de diseño de muebles, inmuebles, cortes de pelo… hasta un tipo de locomotoras fueron llamadas “Gildas”. La modernidad estaba a las puertas: los nuevos materiales, el imperio Bronston, el turismo de masas, la televisión, el transistor, los tocadiscos y el rock harían el resto. Del sainete, la zarzuela y la copla, pasando por la rumba, el cine quinqui y la movida, llegamos a la inclasificable producción de Almodóvar, y cuando el “Porompompero” parecía muerto y enterrado, nos descubre que en la filmografía del manchego, no ya moderna, sino posmoderna, la tradición cultural española sigue viva en perfecta hibridación con la “Chica ye-ye”.

         El ensayo se cierra con una imprescindible selección bibliográfica comentada por capítulos de enorme utilidad para todos aquellos que quieran profundizar en sus diferentes contenidos.

 

 

lunes, 22 de julio de 2024

 

ENSOÑACIÓN HISTÓRICA


 

         El polifacético activista cultural, escritor, historiador, fotógrafo y viajero Fernando Castillo aplica el método histórico de Karl Schlögel a su delicioso y singular libro de viajes, Explorador de bulevares, veintidós espléndidas y poéticas instantáneas de otras tantas ciudades que, de algún modo, suponen una continuación de aquellas postales-telegrama que cerraban su  personalísimo Atlas personal.

         La historia no trata de estructuras abstractas, está siempre relacionada con lugares concretos que quieren ser buscados y vividos. Como descubre Schlögel, “en el espacio leemos el tiempo”, y como señalara Claudio Magris y resume el autor, “hacer hablar a la realidad es un género literario vivo y fecundo, que injerta perfectamente la cultura en la evocación fantástica, en la que, vista su obra, también encuentra su lugar la ensoñación histórica”. Por eso, Fernando Castillo comienza su libro citando a Jünger: “Las ciudades son sueños”. Sin duda, en su escritura lo son.

         Dividido en tres partes, en la primera viajamos con él y sus lecturas a la tintiniana ciudad china de las maravillas heladas de Harbin, pasando, en un ejercicio de ejemplar síntesis cultural, del París ocupado y noir al París Feldgrau o al Tanger más literario y cosmopolita —no olvidemos que le dedicó un libro en exclusiva, Un cierto Tánger—, hasta dar la vuelta al mundo en ochenta páginas visitando Lvov, “la ciudad de los tres nombres”, Nowa Hura, “la ciudad del acero”, Berlín, Vilna, Alejandría y Shanghái.

         En la segunda, siguiendo el mecanismo de los evocadores olores de Proust, en este caso los especiados del Gran Bazar, nos brinda unas magníficas postales de Estambul recorriendo sus hitos históricos más destacados, para luego viajar a la cinematográfica Viena de Harry Lime, a las diferentes Habanas, a la luz y el color de Río, a la populosa Sâo Paulo, a la Ciudad del Sol de Brasilia, a sus particulares Venecias y, en una nueva pirueta de esencialidad literaria, entre el mircrorrelato, la greguería y el aforismo, presentar en tan sólo dieciséis páginas un viaje muy particular a cuarenta y una ciudades del mundo reales o imaginadas. Ejemplo: “AMAUROTA: La capital de Utopía, el país más deseado. Para ir, acudir a Tomás Moro.” ¡Alguien da más!

         En la tercera, más personal y española, nos propone un viaje invernal al campo albaceteño, a sus recuerdos infantiles de un Madrid primaveral de principios de los sesenta, a su personal visión del Toledo imperial del Lazarillo, de las masías ampurdanesas de Josep Pla o del Lanzarote que arranca en el fundacional de Lanceloto Malocello hasta el de la modernidad reflejado en la deconstrucción cubista del canto isleño de Agustín Espinosa y el land art, jardín geométrico de cactus, de César Marique.

         Explorador de bulevares es un libro de viajes absolutamente original, que nos enseña a descifrar el mundo de otro modo, a conocer ciudades con un espíritu de observación que va más allá del mero recorrido por sus calles. Viajar con Fernando Castillo requiere del lector aguzar los sentidos al máximo y, lo digo con admiración, un esfuerzo intelectual importante, su decantada prosa poética cargada de citas y referencias culturales de todo tipo —el libro por su formato y paginación parece una estrella enana, pero es un verdadero agujero negro supermasivo de lecturas—, no están al alcance de cualquiera, se adensa como el mercurio y exige concentración y búsqueda de información, es un auténtico reto para el lector del que si sale airoso habrá aprendido lo que no está en los escritos y alcanzará la satisfacción del que hace el Cubo  de Rubik por primera vez.

Fernando Castillo, Explorador de bulevares, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2024.

jueves, 4 de julio de 2024

PRESENTACIÓN Y RESEÑA DEL LIBRO DE VÍCTOR SANZ: "ABUELOS, CONTADNOS COSAS"

 

CONTAR, CANTAR Y JUGAR.


 Antes que surgiera la escritura, la humanidad contaba historias. Narraban aventuras de caza, pesca, recolección, observaban las estrellas, el sol, la luna, la lluvia… e inventaban relatos y canciones que contaban y cantaban alrededor del fuego antes de dormir, los niños, cautivados por la voz de los ancianos, escuchaban sin pestañear, deseando que las sesiones no finalizaran. Mi generación quizá sea la última que pueda recordar con nostalgia y coherencia este paradigma cultural: el de la literatura oral; el de escuchar y disfrutar con los que escucharon antes que nosotros a sus padres y abuelos, a los que han vivido y saben por experiencia más que nosotros.

            La tradición oral es la forma de transmitir de generación en generación, de abuelos y padres a hijos, la cultura de una comunidad a través de cuentos, romances, leyendas, canciones, adivinanzas, refranes, etc. Y en la transmisión oral se conservan conocimientos, creencias y experiencias valiosas para la sociedad, pero también se transmiten sentimientos, preocupaciones, afectos, acciones, actitudes y aptitudes… A menudo se piensa que solo en las culturas ágrafas la oralidad es importante, sin tener en cuenta que también en las sociedades letradas contemporáneas sigue siendo un método de comunicación vivo, de aprendizaje no formal, necesario para el desarrollo personal y social con el que se trabaja la atención, la memoria, la imitación, la expresión corporal, la comunicación, la capacidad rítmica y musical, la socialización, el conocimiento… y lo que es más importante, todo eso se consigue de manera ágil y divertida, jugando.

            El mundo, Europa, España, Aragón, Teruel, nuestros pueblos llegan con considerable retraso, en muchos casos sin haber acometido en su momento la reestructuración del imaginario colectivo, sin haber trasladado su patrimonio oral –simbólico  en su mayor parte- a los formatos que le habrían asegurado su perdurabilidad futura, no me refiero solo al académico ni intelectual, sino también a la cultura de masas, en especial al régimen digital predominante en la actualidad.

            Decir en estos momentos que una persona está cultivada es integrarla en la “cultura”, que significa “cultivo”, vocablo, como tantos otros, proveniente del mundo agrícola del que todos, hasta la fecha, de una u otra manera, procedemos. El lenguaje se enriquece gracias a que incorpora historias en general comprimidas que constituyen un humus fertilizador compuesto por las experiencias de nuestros antepasados, que en muchas ocasiones se concentran en cuentos, juegos, cantos, tradiciones… Por eso necesitamos las historias, para enriquecer nuestra percepción de la realidad, para huir de la presión mediática, para seguir siendo parte de una cadena que está a punto de romperse con los que nos precedieron y nos convertirá en otra cosa,  en seres deshumanizados, carentes de pasado y con incierto futuro, pues para llegar a ser, hay que saber de dónde vienes.

            Víctor Sanz se niega a ese cambio de consecuencias insospechadas, considera necesario recordar, desandar el camino y cuando se aproxima a la última curva del suyo, repasa la historia vivida con la satisfacción de haber llegado hasta ahí a pesar de las dificultades y trampas de la vida, y con la generosidad del abuelo satisfecho de haber cumplido con la perpetuación de la especie, ofrecer a sus nietos una obra miscelánea en la que reivindica el arte de contar, cantar y jugar, de recordar, hablar y decir, de manera que se remonta hasta su niñez para recopilar hechos, vivencias, casi 150 juegos infantiles y juveniles ya en su mayoría olvidados (“las cuatro esquinas”, “las tabas”, “la calva”, etc.), tradiciones rurales ya casi extintas (el matapuerco; el nacimiento –bautizo-, bodas y muerte en la propia casa, etc.), oficios perdidos (lecheras, albarderos, esquiladores, herreros, etc.), fiestas tradicionales (patronales, Santa Cruz, Jueves Lardero, etc.), trabajos desaparecidos (siembra, siega, trilla…), los motes, lugares especiales de  socialización en el mundo rural (el cementerio, el río, el barranco, los molinos y el batán…), más de 50 canciones populares y, además, como colofón, incorpora 14 entrevistas y semblanzas de personas ya fallecidas, varias con más de cien años, algunas de ellas nacidas incluso a finales del siglo XIX, en las que rememoran su experiencia vital, testimonios de incuestionable valor cuyo recuerdo perpetúa y nos lega para salvar su memoria, que es también la nuestra.

            Muchos de los huesos de los frutos se usaron para jugar y si nos paramos a pensar caeremos en la cuenta de que en su interior se encierran los recuerdos de días pasados plenos de placeres simples, rudos y perdidos, me atrevería a decir que casi para siempre, como las tardes de trilla en la era y de jugar en el pajar, cuando al atardecer, rubios del polvo picante del trigo o la cebada acudíamos a aliviar la picazón para bañarnos en cueros vivos en las balsas del pueblo o en las aguas del río… Son recuerdos, sabores, olores, una calle, una ventana, una canción, un juego… son la magdalena de Proust, recuerdos personales de situaciones individuales que en muchas ocasiones, como las mismas canciones o los juegos, son comunes a muchas infancias.

            Como dijo Pío Baroja, “estas canciones antiguas, aunque sean malas, para los viejos son muy sugestivas y evocadoras, porque recuerdan, como ninguna otra cosa, una época.” Así es, las canciones, los juegos, las tradiciones evocan un tiempo, como la moda, pero se conservan, si somos capaces de preservarlas, con más lozanía y vitalidad. Nuestros hijos apenas conocen ya algunas referencias de todo ello, eran canciones y juegos que se aprendían y renovaban en la calle, sin coste alguno, oralmente y con la práctica pero, por desgracia, en una sociedad consumista como la nuestra, nuestros hijos, mejor alimentados, más altos, limpios y con menos tiempo para sus fantasías y juegos ya no lo hacen en la calle, tampoco en casa, viven en el metaverso, en una realidad virtual, ya no luchan a pedradas ni se descalabran en las eras, tampoco practican los viejos juegos sociales, ni cantan las viejas canciones que animaban la vía pública y enfadaban a más de una mujer o un viejo cascarrabias, esperan que se lo den todo hecho unas máquinas idiotizantes que anulan su fantasía y creatividad.

            Víctor se dirige a sus nietos y les regala su testimonio de vida, confiesa que ha vivido y les habla de su infancia, de juegos tradicionales, canciones infantiles, tradiciones, del lenguaje perdido de las campanas, de remedios caseros, de novenas, rogativas y santos, de un mundo rural que se pierde, en definitiva, de sus raíces. Para conocer la melancolía de un pueblo es menester haber sido niño en él, correr y disfrutar por sus calles y de las infinitas posibilidades que ofrece su realidad.

            Este Abuelos, contadnos cosas nos retrotraerá a nuestra infancia: esta o aquella melodía avivará el recuerdo desvanecido de juegos, travesuras infantiles e ingenuas trapacerías de pandilla. No faltará quien recobre el rostro olvidado de amigos, compañeros y maestros, o los detalles del callejero infantil de su pueblo poblado de carros, niños, perros y gatos, de corrales con gallinas, pavos, ovejas, cabras, cerdos, machos y mulas… Para otros será un descubrimiento, porque no es lo mismo leer las letras que solfear melodías o volver a jugar con la memoria. Este libro abre una ventana al mundo real, rural y agrario del que en mayor o menor grado procedemos. Víctor Sanz se niega a darle sepultura y quiere perpetuarlo, como debe ser, en la memoria de sus nietos, por eso comienza su libro visitando con ellos el cementerio donde están enterrados sus antepasados para honrarlos y recordarlos. Ha cumplido. Pasen, lean, canten y jueguen, disfrutarán como niños.


VÍCTOR SANZ, ABUELOS, CONTADNOS COSAS

 

miércoles, 3 de julio de 2024

 

DE SUEÑOS Y PASIONES




         En cierto modo, El aviador, la última  novela de Carlos Fortea, se puede considerar una continuación de su anterior Los jugadores, reseñada también en estas mismas páginas. Aquella situaba a sus personajes en ese enorme tablero de ajedrez del París de 1919, un gran Monopoly donde las potencias mundiales se afanaban por ganar la paz y repartirse el mundo. El tiempo demostró que los acuerdos adoptados en la Conferencia de Paz no supusieron, ni mucho menos, una solución definitiva, la herida abierta en la I Guerra Mundial volvería a sangrar en la II y ahora en el Londres de 1940 asistimos a la dolorosa retirada de las tropas aliadas de Dunkerke y vivimos los primeros bombardeos del territorio británico por parte de la aviación alemana. Podríamos pensar que estamos ante una novela histórica, pero en nota final, el autor afirma expresamente que no lo es. Como él mismo certifica al citar alguna de las fuentes consultadas, la ambientación histórica se ha trabajado con escrupuloso rigor, si bien, y esto lo añadimos nosotros, la documentación no pesa ni densifica la acción, simplemente es un sutil barniz que confiere verdad a la ficción.

         Fortea recupera algunos de los personajes de su obra anterior y en la presente los convierte en republicanos en el exilio: el ferroviario Miguel Polo, el poeta Daniel Zaldívar, la profesora de piano Marina Galván, el agente español encubierto Gabriel Cortázar… Y como en aquella, los personajes de ficción conviven e interactúan con otros reales, es el caso de Churchill, Negrín, Arturo Barea, el general Herrera, el coronel Casado, etc. Estamos también, como en aquella, ante una novela coral, pero en este caso con un protagonista principal destacado ya desde el mismo título, El aviador, el general franquista Gonzalo Rojas, y con él el recuerdo de sus dos grandes pasiones: volar y su gran amor, la periodista Laura Sastre, conocida con el pseudónimo de “Carta Blanca” —¿homenaje a la novela de Lorenzo Silva?—, en Los jugadores una joven corresponsal de guerra enviada especial a París, que intentaba abrirse paso en un mundo profesional difícil y más para una mujer.

         Su memoria se remonta a 1911, cuando comenzó su aprendizaje como piloto de aviones y se “ganó las alas”. A partir de ese momento en la novela la anacronía se impone y la estructura cronológica lineal se ve interrumpida por analepsis constantes, de manera que el presente y el pasado se alternan y se explican mutuamente y lo histórico y social ceden paulatinamente el paso a lo íntimo y personal, para mostrarnos la historia de un hombre, sus sueños, pasiones y decisiones: presenciamos sus arriesgados primeros vuelos y vivimos sus ansias por volar —para hacer realidad este sueño tiene que convertirse en militar sin compartir en absoluto el ardor guerrero de la casta—; ya con el grado de teniente, asistimos al primer encuentro con Laura, convertida en esos momentos en una afamada, temida y agresiva periodista; conocemos la épica aeronáutica de las primeras décadas del siglo XX, la edad de oro para los pioneros de la aviación; experimentamos su primer contacto con la guerra, la de Marruecos, y participamos de sus dudas y problemas como militar; disfrutamos de su paulatino enamoramiento y comprendemos su ruptura por sus divergentes caracteres: ella comprometida con la realidad social; él un soñador “respetuoso con todo lo establecido”, pero que no puede evitar “pensar solo en aviones”; revivimos la terrible Guerra Civil y sus fatales consecuencias de muertes y exilios.

         En el presente, otra mujer entra en su vida, Clara Suances, una exiliada por voluntad propia e involucrada en la defensa de la causa republicana, aun a pesar de su conservadora y adinerada familia, que tratará de sumar al bando aliado al general y, sobre todo, de desvelar el misterio de su persona y el de su adscripción a la sublevación franquista.

         Más que leerse, El aviador se ve en imágenes, en secuencias fílmicas que pasan ante los ojos del lector convertido en espectador de una película con unos diálogos claros, sencillos, sin vanas retóricas, en los que las miradas y los silencios cobran tanta importancia o más que las propias palabras. Estamos ante una novela ambientada en los comienzos de la II Guerra Mundial, pero en su esencia es atemporal, no reflexiona ni profundiza en los problemas de ese periodo histórico, los trata tangencialmente para centrarse de manera fundamental en la doble pasión de un hombre por una mujer y por volar, sus dudas, circunstancias, decisiones y compromiso vital.         En el fondo, Carlos Fortea reflexiona sobre nuestro presente, sobre el enigma que es todo ser humano y nos obliga con delicada sutilidad a pensar en nosotros mismos, como individuos y como sociedad, a bucear en el pasado, ese espejo que debemos mirar de vez en cuando, para explicar nuestro presente, a analizar las causas y consecuencias de nuestras decisiones en nuestra propia vida.

 

Carlos Fortea, El aviador, Madrid, Nocturna Ediciones, 2023.

 

 

viernes, 28 de junio de 2024

 

KIRSTEN FLAGSTAD, UNA VALQUIRIA EN EL PRECIPICIO


        




       La valquiria se acerca al precipicio y lanza su grito de guerra: Ho jo to ho, y lo repite varias veces más. En la antigua mitología noruega, el papel de estas mujeres era el de llevar a los guerreros muertos junto a Odín, en el Valhalla, para esperar el día del juicio final —Ragnarok—, cuando lucharían al lado de los dioses. La propaganda nazi transformó a Brunilda, la protagonista de la ópera de Wagner, La Valquiria, en una Juana de Arco de la Alemania de Hitler. Estos mitos ancestrales se tornaron destructivos en sus manos y la “Cabalgata de las valquirias” se utilizó de manera consciente como música de fondo para una grabación que mostraba el ataque de la Luffwaffe a Creta —Coppola retomaría el tema para su mítica secuencia de Apocalypse now—. Hitler aprovechó su presencia en el imaginario colectivo germánico para justificar su guerra santa aria y en esta siniestra perversión encontraría Kirsten Flagstad, la soprano por excelencia en la historia de la ópera de las heroínas wagnerianas, su particular precipicio vital, su personal paradoja existencial: pasó de ser aclamada en todos los teatros del mundo antes de la II Guerra Mundial, a ser repudiada y perseguida a su conclusión. La biografía de la escritora y dramaturga noruega Ingeborg Solbrekken, Kirsten Flagstad. La voz del siglo, trata de explicar, aportando pruebas, cómo pudo llegar a producirse esa ruptura tan abrupta y violenta de gran parte del público, incluso en el de su propio país, Noruega, con la cantante.

        

Para comprender la importancia de esta singular y extraña soprano hay que viajar en el tiempo y volver a los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial y seguir su curso hasta llegar a la segunda, cuando en un mismo teatro podían coincidir cantantes como Alexander Kpnis, Lauritz Melchior y la propia Flagstad, junto con compositores de tendencias tan opuestas como Richard Strauss o Puccini y todopoderosos empresarios teatrales como Gatti-Casazza o Edward Johnson. Durante los “felices años veinte”, la ópera alcanza su máximo esplendor, acorde con la explosión económica, y se pagan sueldos astronómicos, pero no sería hasta 1930 cuando la, hasta ese momento, triste carrera de la noruega cobrara cierto vigor de la mano de su marido, el importante empresario Henry Johansen para, unos años más tarde, ser él mismo la causa de su defenestración y ostracismo.

         Con el acierto y buen gusto propio de la editorial Fórcola, Javier Jiménez nos presenta en una impecable edición esta original biografía, traducida por Lotte K. Tollefsen, prólogo de Fernando Fraga y un esclarecedor aparato crítico de notas, que incluye decenas de códigos QR con la voz de la protagonista en sus diferentes periodos, junto con una elegante y bien escogida selección de fotos. Más allá del recorrido vital y profesional de la cantante noruega y del análisis de su voz, Solbrekken, como si de una novela de John le Carré se tratara, trata de explicar y dar respuesta desde la psicología y la historia a multitud de preguntas que trascienden lo meramente musical: ¿Qué relación mantuvo con su madre? ¿Cómo se produjo y cuáles fueron las causas de la conocida como “guerra de los saludos” con su pareja artística por excelencia, Lauritz Melchior? ¿Cómo se producen y explican las “proyecciones” del público con los artistas, esa exaltada y voluble identificación de las masas que en un momento dado pasa del amor al odio por un mismo personaje? ¿Qué relación mantuvo con el juego —los solitarios— y el alcohol? ¿Qué consecuencias tuvieron para la cultura en general y las vidas de los cantantes y músicos judíos en particular la locura nazi? A todo esto y mucho más responde esta excepcional biografía narrada con ritmo cinematográfico que complacerá tanto a los especialistas como a los no iniciados en la ópera. No les defraudará.

Ingeborg Solbrekken, Kirsten Flagstad, Madrid, Fórcola Ediciones, 2023. 

Reseña publicada en el suplemento Artes & Letras del Heraldo de Aragón




martes, 25 de junio de 2024

 

EL ÁNGEL COJUELO O LA 13 RUE DEL PERCEBE



         Si en El diablo cojuelo de Vélez de Guevara encontramos a un espíritu burlón y travieso que levanta los tejados de las casas para, agradecido, mostrar a su libertador el interior y así contemplar a sus habitantes en la intimidad, tal como son, con sus vicios y cualidades, en Pensión de animales, la última novela del uruguayo Pablo Silva Olazábal, es un ángel de la guarda un tanto borracho quien nos muestra una particular comunidad de vecinos, una pensión cuya custodia tiene encomendada, una suerte de “13 rue del Percebe”, en la que nadie parece acatar las normas, en especial la que se destaca en el cartel que abre la narración: “En este edificio está prohibida la tenencia de niños y animales”, si bien todos conviven en sus hogares con mascotas o, en su defecto, extraños bichos; sin embargo, a decir verdad, al concluir la novela, el lector no sabrá en ningún caso resolver la ambigüedad del título y determinar quiénes son en verdad esos “animales”.

         La historia es tan extraña como sus mismos personajes, en poco más de cien páginas transcurren, según se nos dice, diez minutos y toda la novela. Apela a lo irracional y a lo absurdo y debemos entenderla como un ejercicio de experimentación formal, como búsqueda de nuevos caminos literarios en la frontera de lo real. Como hiciera Buñuel al comienzo de Un perro andaluz cortando con una navaja el ojo de la mujer que mira la luna, que a su vez es cortada por la nube al pasar, aquí, en la habitación 323 A, nos encontramos con un innominado sujeto obsesionado por sajar un asqueroso grano ocular a una no menos asquerosa cacatúa que ha sembrado de deposiciones todo el habitáculo. De aquí saldrá, convertida en una verdadera furia su compañera, una tal Laura, de cuya mano, o debería decir bolso con el que golpea todas las puertas que encuentra a su paso, recorreremos el resto del edificio. Con su loca carrera hacia la portería —dantesco descenso a los infiernos— como hilo conductor desbocado, iremos conociendo al vecindario mediante monólogos interiores del propio ángel, pues ese es su trabajo, monitorizar los pensamientos de sus tutelados sin descanso, un rumiar polifónico constante de las mentes bajo su guarda, tarea agotadora que convierte su celeste altillo en un verdadero infierno que solo encuentra cierta anestesia en el alcohol.

         En cada espacio hay siempre dos animales en conflicto, un humano y un bicho, como en la 313 B, donde aquel intenta envenenar a una kafkiana alimaña de pico de pato y forma indefinida que se le ha colado dentro o el de la 236 que papa moscas con las moscas del cuarto mientras es reprendido por una tal Ximena  —la hermana de Laura—, que quiere saber en qué piensa. Sin duda es el más teórico de la novela, el más reflexivo en sus contestaciones y el que nos da algunas ¿claves? para entenderla o para aproximarnos a uno de sus temas principales, la incomunicación: “Estaba pensando en aquel místico sueco, Swedenborg […] Pensaba en su teoría de cómo se comunican los ángeles con los humanos […] Y después de pensar eso salté a lo otro, que es imposible que haya comunicación entre la gente”

         Ese cortar el ojo implica romper con la mirada tradicional de la realidad y nos introduce en un sueño, en un mundo caóticamente delirante “Swedenborgiano” –sí, de Swedenborg más Borges-, donde lo auténticamente onírico se confunde con la realidad.   El lector/voyeur de esta particular “13 rue del Percebe” se da cuenta entonces de que ocupa una posición muy peculiar. Percibe conversaciones y situaciones simultáneas, como el ángel del altillo, quien, como en la película Los ángeles del Cielo sobre Berlín, puede ver con una visión sinóptica reservada para la divinidad, capaz sólo ella de suspender el tiempo. Eso es ver al modo de los ángeles nos dirá el papa moscas: “Viste que los ángeles tienen visión simultánea, ¿no? Ven como en un mosaico todas las cosas juntas. Todo al mismo tiempo. Sin embargo Swedenborg dice que pueden comunicarse con un humano de una forma muy especial […] Un ángel nos vería a todos al mismo tiempo, todas las piezas, y entendería perfectamente lo que se dice en cada una de ellas sin perder su visión, nunca, ni por un instante”. Ya de por sí, ¿no es esto una curiosa ebriedad? ¿Alguien que detuviera el tiempo no experimentaría una “misteriosa embriaguez”? ¿No estaría próximo a la locura aquel que percibiera lo lineal y sucesivo, por ejemplo el lenguaje, como simultáneo?

         En la 222 conocemos a un tipo obsesionado con adquirir un azucarero que venden en una tienda próxima, mientras que en la 103 escuchamos el pensamiento de un señor que da de comer lentejas a su gata. Y, por fin, llegamos a la portería, en la que vive doña Reina, la propietaria de la pensión, “una bruja de mierda” para sus inquilinos y el objetivo final de la airada Laura, una bruja real que maltrata a su cervantino perro, una suerte de Cipión o Berganza, habitado por una voz que monologa, o más bien filosofa, sobre el ser y la posibilidad de recuperar su verdadero cuerpo.

         Dejando a un lado la trama argumental, lo verdaderamente destacable de Pensión de animales es la prosa precisa y minuciosa, por momentos un tanto barroca, su humor surrealista, su riqueza simbólica, su delirio narrativo expuesto con un ritmo vibrante e imágenes impactantes, en su mayoría cargadas de violenta ebriedad alucinatoria y un gusto morboso por lo monstruoso y lo desagradable, hay algo de credo del teatro de la crueldad, de rascar bajo la máscara humana para encontrar su verdadera locura interior. A veces, no queriendo decir nada se dicen muchas cosas.

Pablo Silva Olazábal, Pensión de animales, Valencia, Contrabando, 2023.

 

 

miércoles, 24 de abril de 2024

 

PÓQUER DE ASES POÉTICO







Como cantara Julio Iglesias, unos vienen, como Marisol Julve con su poemario Hija del carbón,  sencillo y sincero homenaje a los suyos 

(https://www.youtube.com/watch?=xFbchZ56dmY)



 y otros se van, como dice Julio Iglesias,  es el caso de José Luis Gracia Mosteo, irreductible calatorense que según anticipa, pone punto final a su trayectoria poética con su entrañable y elegíaco poemario, Campos de Aragón. Dicen que el actor Sean Connery, el primero en meterse en la piel del espía 007, declaró en 1971 que “nunca más” volvería a interpretar a James Bond. Las declaraciones se publicaban poco después del estreno de Diamantes para la eternidad, la cuarta entrega de la saga, y le costarían alguna que otra broma. Empezando por el título de la película con la que, efectivamente, volvió a interpretar años más tarde al agente británico: Nunca digas nunca jamás (1986). Fue una cuestión de pasta, superadas sus reivindicaciones salariales, Connery aparecía de nuevo en las pantallas para interpretar al señor Bond en una entrega titulada Never say never again. Sé que no es el caso de mi amigo José Luis Gracia Mosteo, no es una cuestión de dinero, los poetas malviven, lo saben, pero que nunca diga  nunca jamás,  algo se nos ocurrirá para que vuelva al hacer poético, caso contrario, compilaremos en una antología sus poemas sueltos, lo retaremos a una pelea a dos asaltos poéticos en Teruel (lugar a elegir por él) y con su consentimiento o sin él se publicará para dejarla en su tumba cuando muera.

https://www.facebook.com/juan.villalbasebastian/)

Cristina Giménez es una diésel de la poesía, una mujer incombustible que ya tiene en su haber varios poemarios, todos, como dice uno de sus poemas del último, Escaparate/o escondite, “reflejo de una verdad / No hay dobleces ni artificios. / No hay filtros ni retoques. / Sólo un brillo natural de alguien que nace de haber vivido. / Y haber sentido. / Porque… quién dice lo que es real o ficción? / Solo tú. Solo yo”. Fantástico.

https://www.youtube.com/watch?v=ZSsFO9rDFno





Por su parte, un poeta ya de dilatada trayectoria decide desnudarse poética y realmente, si quieren conocer al verdadero, al actual Nacho Escuín, lean su último poemario, COVER, pura sangre y carne descarnada, ser real, lo mejor que ha escrito hasta ahora, lo mejor, no tengo duda ni palabras y comparto la letra de su canción

https://www.youtube.com/watch?v=A9hcJgtnm6Q

Un abrazo amigos, pero quiero incluir una úlitima canción para ellos,

https://www.youtube.com/watch?v=A6QQV-CSG9E&list=RDo7WWT8jlPFU&index=2




domingo, 21 de abril de 2024

 PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE VIAJES: ALBARRACÍN. UN VIAJE EN EL TIEMPO


Con  gran presencia de público y enorme afabilidad la CASA DE ARAGÓN DEL HENARES me invitó a dar el pregón de las fiestas de San Jorge y a presentar mi libro de viajes, Albarracín. Un viaje en el tiempo. 

Una jornada entrañable que agradezco a la dirección de la Casa. Aquí dejo algunas fotos de la misma.