EL ARTE DE LA FUGA

Luis, un viejo profesor que vive aislado en una casa de campo próxima a Melque (su particular locus amoenus, magnífico ejemplo de belleza despojada), un pueblecito de la provincia de Segovia, desde que hace más de veinte años decidiera abandonar a su mujer y a sus hijas para vivir su propio beatus ille y tratar de encontrarse a sí mismo, recibe la visita de éstas con motivo de su cumpleaños y de su delicado estado de salud. La mayor, Elisa, cuyo matrimonio atraviesa por un mal momento, decide quedarse a pasar una temporada con su padre, estancia que le sirve para conocerlo mejor –modificando incluso la imagen inculcada por su madre- e iniciar un complejo y delicado juego de complicidades mediante la escritura compartida a partir de motivos comunes, en un intento de confluir buscándose a sí mismos mediante la proyección del uno sobre el otro, creando de esta forma toda una suerte de variaciones sobre los mismos temas.
Como nos descubre Saura en la novela, su título lo toma de la Égloga Primera de Gracilaso: “¡Quién me dijera, Elisa, vida mía,/ cuando en aqueste valle al fresco viento/ andábamos cogiendo tiernas flores,/ que había de ver, con largo apartamiento/ venir el triste y solitario día/ que diese amargo fin a mis amores?” Versos que nos anticipan literariamente las rupturas amorosas de Luis, primero con su mujer, luego con su amante, Carmen, muerta trágicamente algún tiempo después, y la de Elisa con su marido. Versos que resumen la imposibilidad del amor duradero (“El amor es sólo un espejismo que envuelve sexo, protección, necesidad de compañía, de un confidente... Y no dura toda la vida... “ (p.178), la esencial soledad del hombre y la omnipresencia de la muerte.

En Elisa, vida mía Carlos Saura medita en voz alta sobre la vida, al tiempo que realiza una profunda reflexión sobre los mecanismos de la creatividad, teorizando, incluso, sobre su particular forma de entender la escritura: “Escribo un poco todos los días, pero sin demasiada disciplina, cuando me apetece... Y de vez en cuando me doy cuenta de que todo lo que he escrito no tiene ningún sentido, y que ya lo han escrito mejor otros antes que yo, y lo quemo... La verdad es que escribo para mí. Me gusta escribir. Es mi placer solitario. A veces escribo las mismas cosas una y otra vez, como una salmodia inacabable... Creo que escribir no es mucho más que poner un ladrillo o barrer una calle...” (pp. 109-110
En cierto modo, Elisa, vida mía es una novela barroca, no sólo por las abundantes referencias metaliterarias a escritores (Gracián, Cervantes, Quevedo, Calderón, Vélez de Guevara, etc.) y músicos (Bach, Rameau, Purcell, etc.) de este periodo artístico, sino también por la complejidad de su estructura acumulativa, contrapuntística y polifónica en la que se mezclan procedimientos visuales, literarios y musicales, y, fundamentalmente, por su temática, fuertemente intimista, en la que junto a los temas expuestos nos encontramos también el del vanitas vanitatum: la fugacidad del tiempo y la apariencia engañosa de las cosas, incluida la vida humana, considerada como una vana ilusión, una breve y mentirosa representación teatral, expuesta magistralmente mediante ese barroco juego de espejos que Saura consigue al introducir en su novela la representación del auto sacramental calderoniano de El gran teatro del mundo. Saura utiliza el procedimiento conocido como “reduplicación interior” o “cajas chinas” tan querido para la literatura universal desde El Quijote y utilizado por tantos y tantos escritores (Huxley, Borges, Cortázar, Unamuno, Pirandello, Aub, etc.)
Elisa, vida mía es una novela que no sólo se lee, sino que también se escucha. La música no es sólo un mero decorado auditivo, suena en todas sus páginas (en especial Bach y Satie) y se convierte en un elemento dramático de primer orden. Toda la novela es una especie de fuga que crece en círculos concéntricos conformando una barroca geometría de variaciones que surgen a partir de un motivo central: la imposibilidad del amor, la incomunicación, la necesidad de soledad para encontrarse a sí mismo, el problema de la identidad, la presencia de la muerte...
Junto con la música es importante también el mundo onírico que recorre toda la novela. Los sueños de los personajes, tanto de Luis (¿Buñuel? Resulta evidente que comparte con el genio de Calanda su afición por la entomología, el placer hedonista del alcohol, la afición a ensoñár, entendida como la búsqueda de un espacio de libertad creativa, etc.) como de Elisa, son fundamentales para su completa comprensión
La novela de Carlos Saura es premeditadamente ambigua en sus diferentes niveles de lectura (incluida la propia relación entre Luis y Elvira), en ella los recuerdos, sueños, imaginaciones y realidad se mezclan con el firme propósito de llegar a confundir deliberadamente los planos de la ficción y de la realidad, de cuestionarse los límites entre literatura y cine (¿es Elisa, vida mía una película literaria o una novela cinematográfica?), etc. Léala con calma, disfrútela y trate de encontrar sus propias respuestas.
CARLOS SAURA, ELISA VIDA MIA, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2004.