CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 28 de marzo de 2011

RETRATO DE UN HOMBRE INMADURO

   EL ESPECTÁCULO MÁS GRANDE DEL MUNDO: LA VIDA.
Luis Landero no es un escritor prolífico, pero sí constante. Quiere esto decir que es honesto y no ha escrito ni escribe acuciado por el éxito ni espoleado por sus editores –siempre Tusquets-, sus obras salen sin premuras, cuando están maduras, cuando se ha cumplido en todas sus fases el proceso creativo. Así, para celebrar sus veinte años como narrador en primera línea del panorama nacional, nos regala Retrato de un hombre inmaduro. Hace ya más de dos décadas que sorprendió a tirios y troyanos con su excelente Juegos de la edad tardía, con la que obtendría el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica. Después vendrían Caballeros de Fortuna (1994), El Mágico Aprendiz (1998), Entre líneas: el cuento o la vida (2000) y El guitarrista (2002).
 En todas sus novelas, pero más si cabe en Retrato de un hombre inmaduro, Luis Landero diluye las fronteras entre la ficción y la realidad, entre la vida y la literatura (como en esos deliciosos versos de Gisbert, o deberíamos decir mejor, del Doctor Linch, uno de los muchos personajes alucinados que pueblan el Maracaná, ese mítico bar del barrio de Chamberí que visitan el protagonista y el mismo Landero, donde transcurre gran parte de su última novela: “Escribir es soñar./ Sueñas que escribes,/ y luego, al despertar,/ sueñas que vives.”), en un juego literario por completo moderno en su sentido más cervantino y quijotesco.
Landero narra en libertad, su prosa fluye errática como la propia vida, o mejor aún, como la misma memoria del recuerdo de los hechos vividos o de las personas conocidas. De esta forma, el monólogo tragicómico del protagonista –un tendero del barrio de Chamberí-, convaleciente en la cama de un hospital, en lo que parece ser su última noche de existencia, va y viene a lo largo de sus recuerdos, de su historia personal, la cual, por otra parte, no son sino las historias de muchas otras personas que se entremezclan con la suya. Así, su vida es una sucesión de episodios, “… porque voy y vengo y no sustancio nada… mi vida no tiene apenas argumento; es sólo un amontonamiento de cosas desparejas y de poco valor”, nos dirá el protagonista, para en otro momento añadir que sus recuerdos son “perlas sin hilo, naipes sin casar, agua que no hace cauce”, y es que el recuerdo de una vida –de nuestra propia vida- es siempre fragmentario y parcial. La novela no tiene pues una estructura tradicional al uso con su introducción, nudo y desenlace, sino que es más bien de índole temática.
Al narrador lo que le gusta de verdad es contemplar el mayor espectáculo del mundo, la vida, acodado en la barra de un bar o tras el mostrador de su tienda y tratar de descubrir su secreto, de descifrar el viejo misterio de vivir. Así irá componiendo el rompecabezas de la existencia sin lastre ensayístico alguno, de manera espontánea y con mucho humor reflexionará sobre el poder, la política, la guerra, la ética y la doble moral; la libertad, la belleza, la felicidad, la tristeza, el dolor, la amistad, el azar, el dinero; el lenguaje, la literatura y la fama; el amor (sobre su dificultad y  sobre el desamor) y la muerte… En suma, todos los ingredientes del cóctel de la vida, o mejor aún, toda una serie de sucesivas aproximaciones temáticas a una realidad ambigua y en gran parte absurda y decepcionante.
Como hemos anticipado, Retrato de un hombre inmaduro es de alguna manera una novela coral, una novela con una voz narrativa y un bullir constante de personajes  deliciosos e inolvidables: el señor Tur, ese paradójico viajante con vocación de sedentario; Aquilino Lobo, el típico vecino plomizo que te va secuestrando poco a poco a base de atenciones, pequeños regalos y de hacerse imprescindible; Bertini, el fontanero impostor; Chicoserio, Sampedro, y tantos y tantos seres protagonistas  de episodios tragicómicos, esperpénticos y, sobre todo, kafkianos, cuya suma de actitudes ante la vida van dibujando el perfil de ese “hombre inmaduro” (protagonista-autor-lector), que somos todos nosotros en los tiempos que corren, hombres vulgares, pero con sueños, ilusiones y anhelos de trascendencia más o menos confesables, inseguros, desorientados, imprevisibles y ambiguos por naturaleza, buenos a la par que inmorales, cinicosinceros, etc. En suma, el hombre paradójico y azaroso actual del que participamos en mayor o menor medida .
Retrato de un hombre inmaduro es esencia creativa landeriana escrita en libertad y gozo; Landero en estado puro. Una novela en la que se puede rastrear con precisión los hallazgos de obras anteriores, las constantes de una producción literaria sólida en la que se combina ironía, sarcasmo, un humor tremendamente exigente con la escritura propia, profundidad de pensamiento y ternura, en la que destaca su dominio abrumador del lenguaje, el tono musculoso de su prosa, especialmente dotada para captar el ritmo de la oralidad -¡qué oído tiene el de Alburquerque!-, junto con su pericia a la hora de crear caracteres y presentar situaciones absurdas y existenciales propias del mejor Kafka o Camus. Recomendable desde todo punto de vista, tanto para acercarse a la narrativa de Landero quien todavía no la conozca, como para volver a disfrutar con este autor fundamental si ya se han leído obras anteriores.

Luis LANDERO, Retrato de un hombre inmaduro, Barcelona, Tusquets, 2009.

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