CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 25 de marzo de 2011

"EL VIAJERO DEL SIGLO"

BIEDERMEIER

“No imaginé que fuera usted tan joven, señorita Gottlieb. Estimado señor, contestó ella con indiferencia, estaremos de acuerdo en que esa es una virtud más bien involuntaria”,  responde Sophie, la hermosa y decidida joven que coprotagoniza El viajero del siglo (Alfaguara, 2009), una pequeña maldad con la que Andrés Neuman, su autor, se anticipa a todos aquellos que juzgan su obra literaria desde la matemática de la edad y no desde criterios puramente literarios: Neuman es joven y un gran escritor; si se quiere podemos calificarlo de enfant terrible de las letras, pero quizá sea más adecuado definirlo como un obrero infatigable de las palabras que construye versos, relatos, novelas, ensayos y artículos periodísticos; un estajanovista de la escritura cuyo palmarés ha recibido el espaldarazo definitivo al conseguir con El viajero del tiempo el prestigioso Premio Alfaguara de Novela.
El otro protagonista, Hans -traductor y viajero impenitente-, se detiene en Wandernburgo, una ciudad entre Sajonia y Prusia, con la única pretensión de descansar una noche para reanudar su viaje al día siguiente; sin embargo, una suma de sentimientos y pulsiones crecientes (en especial el amor por Sophie y la amistad con un organillero), así como toda una serie de acontecimientos inesperados, le impedirán abandonar esa extraña ciudad laberinto en la que es imposible orientarse, pues rota cada día “igual que un girasol se adapta a los caprichos solares.”
Por medio del organillero y con el señor Gottlieb (obsérvese el intencionado valor simbólico de los nombres, no sólo del padre de Sophie, Gottlieb, sino de su difunta madre, Bodenlieb, del prometido, Wildenhaus, del alcalde, Ratztrinker, del padre Pigherzog, una especie de Fermín de Pas alemán, etc.) entrará en contacto con las  diferentes clases sociales de la población. Así, con el primero conocerá los problemas y el sentir de los obreros de las fábricas y de los jornaleros del campo; mientras que por el segundo, en sus tertulias de las tardes de los viernes, se sumergirá en el ambiente biedermeier  de la burguesía y la aristocracia alemana de la Restauración (el apellido Gottlieb nos remite al pseudónimo Wieland Gottlieb Biedermeier, con el que firmaba un maestro de pueblo aficionado a la poesía, Samuel Friedrich Sauter, estereotipo del carácter biedermeier, pues se le consideró un poeta “ingenuo, dócil y simple”), una sociedad endogámica (“Se huelen la entrepierna. Se casan entre sí. Conviven. Se reproducen. Se protegen…”), ensimismada en sus rituales y tabúes, atrapada en su condición de clase por sus códigos morales y de conducta, por el peso de las apariencias (“…el apellido y las ropas les importan más que las personas y sus actos…”), por las iniquidades del poder y, sobre todo, por la opresión religiosa, representada por ese Magistral de Wandernburgo que es el padre Pigherzog.
Neuman desafía nuestra mirada burguesa de lector actual para mostrarnos y demostrarnos sobre el fresco de la Europa de la Restauración, que los incipientes problemas de ese momento histórico siguen vigentes en nuestro mundo globalizado actual, esperando todavía una solución o, al menos, una respuesta definitiva. Todo parece haber cambiado mucho; sin embargo, Neuman nos demuestra que, en lo fundamental, muchas cosas siguen igual, o casi, es el caso, por ejemplo, del sentido y la finalidad última de la Unión Europea, de la inmigración, de la emancipación femenina y, en especial, el permanente conflicto entre deseo y represión, la libertad de pensamiento y las ataduras morales; en definitiva, las tensiones del individuo con la sociedad.
La pretensión última de la novela la formula Hans, -alter ego del autor, quien se desdobla también en su vertiente femenina en Sophie- al afirmar en una de las reuniones: “Creo que el pasado no debería ser un entretenimiento, sino un laboratorio para analizar el presente[…]” Este es el juego literario que nos propone Andrés Neuman: leer el pasado para comprender mejor nuestro presente e intentar mejorarlo. Se trata de un juego especular en sus diferentes niveles de lectura, que obliga al lector a “traducir”, como traducen los textos poéticos los protagonistas, Hans y Sophie ( trasuntos, como hemos señalado, del propio Neuman, traductor y viajero en la vida), o se traducen el uno al otro (aquí Sophie, como mujer, lleva ventaja, pues lee mejor los detalles, los pequeños gestos de Hans, etc.), quienes a su vez son reflejos literarios de los personajes de la obra de Schelegel,  Lucinde (novela en la que se traza el nuevo retrato de la espiritualidad femenina), cuyo protagonista, Julius, siente lo mismo por su amada que Hans por Sophie: “Al principio nada lo atrajo tanto ni lo impresionó tan poderosamente como la percepción de que Lucinde era de similar o igual carácter y espíritu que él; ahora cada día descubría nuevas diferencias. Pero incluso estas diferencias se basaban en una igualdad más profunda, y cuanto más ricamente se desarrollaba la personalidad de ambos, más polifacética y emocionante se volvía su unión.” Por su parte, Schlegel se inspiró en Dorothea Mendelsson Schelegel, con la que se casó, quien escribió Florentino, la versión desde el punto de vista femenino de la novela de su marido. Sobre Lucinde, Sophie teorizará diciendo que es “una especie de novela híbrida, sin naturaleza pura”, como también lo es El viajero del tiempo e, incluso, el propio Andrés Neuman, un híbrido cultural, fruto del mestizaje de diferentes literaturas: argentina, española, alemana, etc.
El artefacto teórico -intenso y lúcido- de El viajero del siglo, se adereza con el lirismo (muy schubertiano, como reconoce el propio Neuman) de una bella historia de amor, una intriga cautivadora y ciertas dosis de erotismo y humor, indispensables para sobrellevar la demoledora crítica social implícita en la novela, pues es incuestionable el compromiso de Andrés Neuman con los problemas de nuestro mundo y, sobre todo, con la literatura, su gran pasión, su particular Sophie: “Ítaca eres tú. Tú eres el viaje.”

ANDRÉS NEUMAN, EL VIAJERO DEL SIGLO, Madrid, Alfaguara, 2009.


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