EL ARTE DE LA FUGA
En su última novela, Elisa, vida mía, Carlos Saura revisita, más de un cuarto de siglo después, el mundo y la trama de su película homónima realizada en 1977, una auténtica obra maestra del cineasta aragonés con la que Fernando Rey consiguió el premio de interpretación del Festival de Cannes. De esta forma, y más allá de la originalidad y del interés del texto en sí mismo, nos encontramos con un hecho poco común en el panorama literario: una novela que deviene de un film y un cineasta que revisa como novelista, casi tres décadas más tarde, uno de sus guiones. Ya sólo por esto –pero no sólo por eso- merece la pena leerla.
Luis, un viejo profesor que vive aislado en una casa de campo próxima a Melque (su particular locus amoenus, magnífico ejemplo de belleza despojada), un pueblecito de la provincia de Segovia, desde que hace más de veinte años decidiera abandonar a su mujer y a sus hijas para vivir su propio beatus ille y tratar de encontrarse a sí mismo, recibe la visita de éstas con motivo de su cumpleaños y de su delicado estado de salud. La mayor, Elisa, cuyo matrimonio atraviesa por un mal momento, decide quedarse a pasar una temporada con su padre, estancia que le sirve para conocerlo mejor –modificando incluso la imagen inculcada por su madre- e iniciar un complejo y delicado juego de complicidades mediante la escritura compartida a partir de motivos comunes, en un intento de confluir buscándose a sí mismos mediante la proyección del uno sobre el otro, creando de esta forma toda una suerte de variaciones sobre los mismos temas.
Como nos descubre Saura en la novela, su título lo toma de la Égloga Primera de Gracilaso: “¡Quién me dijera, Elisa, vida mía,/ cuando en aqueste valle al fresco viento/ andábamos cogiendo tiernas flores,/ que había de ver, con largo apartamiento/ venir el triste y solitario día/ que diese amargo fin a mis amores?” Versos que nos anticipan literariamente las rupturas amorosas de Luis, primero con su mujer, luego con su amante, Carmen, muerta trágicamente algún tiempo después, y la de Elisa con su marido. Versos que resumen la imposibilidad del amor duradero (“El amor es sólo un espejismo que envuelve sexo, protección, necesidad de compañía, de un confidente... Y no dura toda la vida... “ (p.178), la esencial soledad del hombre y la omnipresencia de la muerte.
Luis escribe un relato desde el punto de vista de su hija Elisa, en el que se mezclan inextricablemente recuerdos, ficción y realidad, hasta el punto de que al lector le cuesta llegar a saber si lo que lee es real o fruto de la imaginación de Luis, o de su hija, ya que llegado un momento, ella se suma como contrapunto de esa fuga escrita que es el relato iniciado por su padre hasta llegar a sustituirlo por completo tras su muerte. De alguna manera, la muerte de Luis supone el nacimiento de Elisa, pues como señalara en una ocasión el propio Saura, “nosotros edificamos nuestra personalidad sobre las ruinas de nuestros predecesores”. Así, al final –o al comienzo- de la novela, Elisa, desde la solitaria casa de campo de su padre, sentada en su despacho, con su pluma Montblanc, escuchando su música y asumiendo plenamente su personalidad y su voz narrativa, continuará el relato iniciado por su progenitor, pero sin ánimo de terminarlo, ya que “su idea era dejar un final abierto, como la serpiente que se muerde la cola, la cinta de Moebius o la rueda que gira sin principio ni fin. Le gustaba que sus escritos fueran repetitivos, como una salmodia, como una interminable fuga de Bach con sus variaciones” (p.249) Tema este de las variaciones recurrente a lo largo de la novela, pues toda ella se construye sobre esta idea.
En Elisa, vida mía Carlos Saura medita en voz alta sobre la vida, al tiempo que realiza una profunda reflexión sobre los mecanismos de la creatividad, teorizando, incluso, sobre su particular forma de entender la escritura: “Escribo un poco todos los días, pero sin demasiada disciplina, cuando me apetece... Y de vez en cuando me doy cuenta de que todo lo que he escrito no tiene ningún sentido, y que ya lo han escrito mejor otros antes que yo, y lo quemo... La verdad es que escribo para mí. Me gusta escribir. Es mi placer solitario. A veces escribo las mismas cosas una y otra vez, como una salmodia inacabable... Creo que escribir no es mucho más que poner un ladrillo o barrer una calle...” (pp. 109-110
En cierto modo, Elisa, vida mía es una novela barroca, no sólo por las abundantes referencias metaliterarias a escritores (Gracián, Cervantes, Quevedo, Calderón, Vélez de Guevara, etc.) y músicos (Bach, Rameau, Purcell, etc.) de este periodo artístico, sino también por la complejidad de su estructura acumulativa, contrapuntística y polifónica en la que se mezclan procedimientos visuales, literarios y musicales, y, fundamentalmente, por su temática, fuertemente intimista, en la que junto a los temas expuestos nos encontramos también el del vanitas vanitatum: la fugacidad del tiempo y la apariencia engañosa de las cosas, incluida la vida humana, considerada como una vana ilusión, una breve y mentirosa representación teatral, expuesta magistralmente mediante ese barroco juego de espejos que Saura consigue al introducir en su novela la representación del auto sacramental calderoniano de El gran teatro del mundo. Saura utiliza el procedimiento conocido como “reduplicación interior” o “cajas chinas” tan querido para la literatura universal desde El Quijote y utilizado por tantos y tantos escritores (Huxley, Borges, Cortázar, Unamuno, Pirandello, Aub, etc.)
Elisa, vida mía es una novela que no sólo se lee, sino que también se escucha. La música no es sólo un mero decorado auditivo, suena en todas sus páginas (en especial Bach y Satie) y se convierte en un elemento dramático de primer orden. Toda la novela es una especie de fuga que crece en círculos concéntricos conformando una barroca geometría de variaciones que surgen a partir de un motivo central: la imposibilidad del amor, la incomunicación, la necesidad de soledad para encontrarse a sí mismo, el problema de la identidad, la presencia de la muerte...
Junto con la música es importante también el mundo onírico que recorre toda la novela. Los sueños de los personajes, tanto de Luis (¿Buñuel? Resulta evidente que comparte con el genio de Calanda su afición por la entomología, el placer hedonista del alcohol, la afición a ensoñár, entendida como la búsqueda de un espacio de libertad creativa, etc.) como de Elisa, son fundamentales para su completa comprensión
La novela de Carlos Saura es premeditadamente ambigua en sus diferentes niveles de lectura (incluida la propia relación entre Luis y Elvira), en ella los recuerdos, sueños, imaginaciones y realidad se mezclan con el firme propósito de llegar a confundir deliberadamente los planos de la ficción y de la realidad, de cuestionarse los límites entre literatura y cine (¿es Elisa, vida mía una película literaria o una novela cinematográfica?), etc. Léala con calma, disfrútela y trate de encontrar sus propias respuestas.
CARLOS SAURA, ELISA VIDA MIA, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2004.
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