UN COMIENZO DIFÍCIL. MADRID: FRACASOS Y FORMACIÓN
Como hemos anticipado, Andrés Marín se inició de forma decepcionante en el mundo de la zarzuela. Debutó con un estrepitoso fracaso el 4 de diciembre de 1858 en el Teatro de la Zarzuela (conocido entonces como Teatro Jovellanos) con la ópera cómica, El Dominó Negro, del compositor francés Daniel Aubert y letra de Scribe, adaptada por Antonio Arnau, quien ocultó su nombre, por lo que fue presentada por Luis Guerra como de traductor anónimo. El joven cantante turolense fue contratado por orden del actor, director de escena, empresario y socio del teatro -junto con Calleja, Gaztambide, Olona, Oudrid, Inzenga, Hernando y Barbieri- Francisco Salas. Su ejecución constituyó lo que en la jerga operística se denomina un verdadero fiasco, recibiendo severas críticas del cariz siguiente, presente en el periódico La Iberia : “La Santamaría , que tiene verdaderas dotes de artista, no nos satisfizo anoche por completo: verdad es que el tenor Marín es capaz de hacer quedar mal a toda la compañía. No sabemos como el señor Salas nos presenta cantantes tan inferiores como el tenor Marín, que casi nos hizo desear al tenor Azula. El público dio a este cantante marcadas muestras de desaprobación.” Fracaso debido sin duda a las carencias de una formación musical incompleta y a una nula preparación teatral.
Intuimos que, a pesar del tropiezo, esta presentación en Madrid tal vez le sirviera para que algún entendido –además de Salas, ¿Hilarión Eslava o Román Jimeno?- viera posibilidades en el joven y le aconsejara seguir educando su voz.
Durante estos titubeantes comienzos, ya lo hemos señalado, cantaba en iglesias para bodas y funerales y combinaba estas actuaciones con esporádicas colaboraciones no demasiado exitosas con diferentes compañías de zarzuela que viajaban por provincias. Así, tenemos constancia de que en 1861 lo hizo con una de ellas a Santander y en 1862 con otra a Córdoba, actuaciones de supervivencia que le hicieron comprender que debía seguir con su formación musical si quería llegar a triunfar, por eso, ese mismo año ingresó por oposición en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, cuyo cuadro de profesores estaba integrado por nombres tan relevantes como el del ya citado Hilarión Eslava, quien pronto sería su director, el violinista Jesús Monasterio, el compositor y director de orquesta Joaquín Gaztambide, el musicólogo Baltasar Saldoni, el considerado como padre de la zarzuela española Francisco Asenjo Barbieri, el ilustre compositor Emilio Arrieta, el también reconocido compositor e insigne organista, Román Jimeno y, sobre todo, en especial en lo que hace al caso de la formación de nuestro tenor, el también gran compositor José Inzenga y Castellanos, su maestro de canto.
Tenemos constancia de que en los cultos del mes de María, solía dirigir el coro de la iglesia de Santo Tomás el citado Román Jimeno, en ellos oyó cantar a Marín, y le agradó tanto su voz que le encargó el papel de contralto de unos suntuosos funerales que tuvieron lugar en la iglesia de San Martín. Su ejecución fue perfecta, por lo que su maestro lo gratificó con media onza de oro. Quizá fuera este su primer éxito constatado. Durante esta época también participaba en los coros del Teatro Real, donde cobraba dos pesetas por actuación, y cantaba en recitales particulares en casas de prohombres de la capital.
El 22 de junio de 1864 obtuvo el premio fin de curso del Conservatorio en su modalidad de canto, ex aquo con otro alumno, Francisco Castillo. Figurando como su maestro el citado José Inzenga.
Al año siguiente, en 1865, ingresó en el Real Conservatorio el que con el tiempo llegaría a ser tenor de tenores, Julián Gayarre, iniciándose en ese mismo momento una profunda amistad que habría de durar el resto de sus vidas. Continuó cantando en coros o participando con pequeñas intervenciones escénicas, como la que tuvo lugar con la Sociedad Artístico Musical de Socorros Mutuos (Asociación para la promoción musical creada por el maestro Barbieri, que se hizo cargo del Teatro Real), en marzo de ese mismo año. Al mes siguiente, en abril, lo hizo en el Liceo Piquer, un pequeño teatro en el que obtuvo un cierto éxito interpretando las partes musicales de las comedias en un acto Una apuesta y No siempre lo bueno es bueno. Del 12 de mayo hasta el 30 de septiembre cantó como tenor comprimario en la compañía de ópera italiana que actuaba durante ese verano en el Teatro de los Campos Elíseos –Teatro Rossini-, situado en el Retiro, compartiendo cartel con el primer tenor, ya consagrado en multitud de escenarios de todo el mundo, Enrico Tamberlick y bajo la dirección del maestro Gaztambide.
Al comienzo de la temporada de ópera del Teatro Real de 1865, algunos críticos musicales mostraron su malestar por la falta de cantantes de fuste en el cartello confeccionado para la misma, que iba a tener lugar el 10 de octubre, y denunciaban al empresario Caballero del Saz por presentar una compañía mediocre, cuestión por la cual criticaron con dureza el escaso peso de los interpretes de la primera obra anunciada, La Africana , de Meyerbeer, entre los que figuraba Marín en el papel secundario de ‘D. Álvaro’. El empresario, con ánimo de acallar las críticas suscitadas, abrió las puertas del teatro a la prensa y al público para que presenciaran algunas partes de los ensayos generales previos, con la pretensión de deslumbrar a los presentes con la fastuosidad de los decorados, el lujo de los trajes de época y la impresionante orquesta de más de cincuenta músicos dirigida por el maestro Bonetti, tratando de esta manera no solo de suavizar los recelos, sino de complacer y justificar el retraso del estreno de la obra que ese mismo día, domingo 10 de octubre, debía ejecutarse, pero dada la grandiosidad de su puesta en escena (faltaban algunos trajes) y su complejidad, se hacía necesario continuar perfilando todavía muchas cosas y seguir ensayando algunos días más, a pesar de que los intérpretes llevaban más de veinte de preparación, si bien se adujo para justificar tal situación la indisposición de la soprano principal, Inés Rey-Balla. Los asistentes, incluida gran parte de la prensa, salieron muy complacidos; sin embargo, la crítica especializada seguía con las espadas en alto, todo aquel montaje les había parecido fuegos de artificio para ocultar la carencia de verdaderos divos en el cartel. En este orden de cosas, la noche del 14 tuvo lugar el ansiado estreno, el público se rindió en general ante la puesta en escena, no así buena parte de la crítica que siguió considerando mediocre al elenco de la obra para un teatro de la categoría del Real. Como muestra valga un botón, de nuestro tenor - y no fue de los peor tratados- se dijo: “El Sr.Marín tiene une charmante petite voix; pero debe poner atención en no concedérsela toda a los bastidores: cante para el público y póngase de frente a él”. En suma, hubo estopa para los intérpretes y, sobre todo, para el empresario; los decorados y los trajes no fueron suficientes para desviar su atención y conseguir su benevolencia.
Quizá el hecho más importante de esta temporada de ópera con respecto a la vida de Marín se produjo con motivo de la representación de Fausto, de Gounod, en la que se presentó por primera vez en la capital de España en el papel de ‘Margarita’ a Elisa Villar y Jurado, la conocida como Volpini, soprano ligera que en esos momentos triunfaba de la mano de su marido, el tenor Ambrosio Volpini, por los teatros de medio mundo, y que con el tiempo, tras enviudar en 1871, como luego veremos, se casaría con Marín en 1880. Su éxito fue importante y la dirección del Teatro le ofreció la posibilidad de continuar en la siguiente temporada, pero no pudo aceptar el ofrecimiento por hallarse ya comprometida con el Real Teatro de Lisboa.
En diciembre cantó en los coros de la iglesia de Santo Tomás una Misa, una Plegaria a la Virgen , ¡Oh salutaris! (del maestro Ovejero) y un te-deum ( del maestro Eslava).
En enero y febrero de 1866 volvió a repetir en el Teatro Real como segundo tenor, donde formó parte del reparto de las óperas, Rigoletto, de Verdi; la ya citada, La Africana y Roberto el diablo, de Meyerbeer; Linda de Chamounix, de Donizetti; Norma, de Bellini, y El Trovador, de Verdi. Si bien algunas funciones estuvieron a punto de suspenderse por la epidemia de cólera que asolaba la capital de España, en abril participó en La Favorita , de Donizetti y Macbeth, de Verdi. Más tarde, y ya como primer tenor, se incorporó a los coros de los populares conciertos del maestro Barbieri, que tuvieron lugar en el Teatro Príncipe Alfonso con gran éxito de público y crítica en las dos ocasiones en que actuaron ejecutando un extenso programa. De igual forma, de nuevo en primeros papeles actuó en alguna representación matinal del Teatro Real, a las que había previamente renunciado Tamberlick, como la que tuvo lugar el día 14 de mayo, combinándolas con las ya mencionadas actuaciones particulares para personas importantes de la ciudad o en funciones músico-sagradas, en las que siguió destacando, caso de la que se celebró el 17 de junio en la Parroquia de Santa Cruz, o de su participación en los funerales del diputado provincial, Antonio Pardo y Borjes, oficiados en la iglesia de Santo Tomás el 3 de julio. Todo ello mientras proseguía con su formación en el Conservatorio, donde cantaba en los conciertos que se organizaban, pues continuaba siendo discípulo de Inzenga.
Durante el verano, por segundo año consecutivo, en el Teatro Rossini repitió como segundo tenor en óperas como Roberto el diablo, Saffo, El Profeta y Guillermo Tell, compaginando sus actuaciones con las ya citadas esporádicas intervenciones en bodas y funerales o conciertos del Conservatorio, del que en breve se despediría definitivamente al concluir sus estudios. En el mes de julio cantó en Valencia en el Tetro de la Reina del Cabañal formando parte de un cuadro de zarzuela que durante ese mes representó El relampago, del maestro Barbieri, en cuya presentación al público se destacaba su participación como tenor cómico. En agosto regresó a Madrid al Teatro de los Campos Elíseos para participar en un concierto vocal en el que interpretó numerosas piezas y, a decir de la crítica, ejecutó de manera admirable una barcarola de una fantasía marítima compuesta por Jesús Monasterio.
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