CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 24 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (IV)

SU PARTICULAR ÍTACA, MARÍN ALCALDE DE TERUEL.
La Volpini, mujer de Marín
            Andrés Marín siempre  fue un turolense que ejerció como tal. A pesar de tener múltiples residencias –en Madrid, Zaragoza o París, por citar algunas-, él siempre quiso volver, por eso a finales de 1877 comenzó a construirse una lujosa casa en la masía que compró –conocida entonces y ahora como la masía del Cantor-, con la finalidad de pasar largas temporadas de descanso en las que aprovechaba para preparar el repertorio de sus futuras actuaciones, residir esporádicamente cuando se le llamaba para  actuar en espectáculos benéficos de todo tipo e, incluso, fijar su domicilio a partir de su definitivo abandono de los escenarios en 1890, tras la muerte de su amigo del alma, Julián Gayarre.
            Marín nunca olvidó sus orígenes turolenses ni a sus paisanos y en todo momento acudió a su llamada cuando fue requerido por ellos, sin importarle las enormes distancias que debía recorrer en diligencia ni los peligros de los caminos, pues en esa época eran frecuentes los bandoleros. A este respecto, Serrano Josa relata una mítica anécdota que recuerda a otra que inspirara a Sabina su popular canción “Pacto entre caballeros”, es la siguiente: “… Un día han parado la diligencia que lo traía a Teruel. ¡Alto la diligencia!, dijo una voz bronca entre Cella y Caudé, mientras rodeaba el carruaje cuatro feroces bandoleros que amenazaban con sus trabucos naranjeros. ¡Alto!, hemos dicho, y que se apee Andrés Marín. Este baja sereno y arrogante como si se adelantase a las candilejas en días de triunfo: “aquí me tenéis”. Y el capitán de los bandidos, más turbado que él, le da la mano y le cuenta que un día uno de los bandoleros, por la carretera de Madrid, quitó a una pobre vieja, la madre de Andrés Marín, las medallas que ahora le devolvía; pero como no podían verle, esperaron este momento para dárselas. ‘Tú también eres hijo del pueblo –le dijo- y sabrás perdonarnos’. Marín les da las gracias y unas monedas de oro. Y la diligencia vuelve a trotar, pero esta vez con una armonía extraordinaria; unas lágrimas se le escapan a Andrés Marín mientras canta un aria que llega hasta el campo, donde se van desdibujando las siluetas de los bandidos”.
            Sea o no verdadera la historia, lo cierto es que Marín siempre acudió a la llamada de sus paisanos cuando se produjo. Lo hizo para cantar en los funerales del profesor de música Alejandro Lázaro, rindiéndole como mejor sabía su póstumo homenaje.
            En abril de 1882 lo encontramos participando en la velada literaria celebrada en honor a Cervantes por la Sociedad Económica turolense de amigos del País. En un teatro engalanado para la ocasión cantó el “Aria” de El Trovador y el “Ave María”, entre otras muchas piezas. Como curiosidad diré que este teatro estaba ubicado en las antiguas casas de José Luis de Santángel, más tarde cambras del trigo del Concejo turolense. En la actualidad es el edificio de Correos y Telegráfos de la ciudad.          
            De igual forma, con motivo de la inauguración de la Casa de Ancianos Desamparados, el 27 de septiembre de 1883, cantó en la velada literario-musical que se organizó al efecto. A finales de este mismo año, en su casa de San Blas, estudiaba y preparaba en profundidad Los Puritanos, que iba a interpretar próximamente en los teatros Víctor Manuel, de Palermo, y en el Donizetti, de Bérgamo; sin embargo, a pesar de los diferentes telegramas que recibió urgiéndolo para que acudiera a cantar, se hizo de rogar, no le gustaba que italianizaran su nombre y le llamaran Marini, por lo que no acudió a cumplir sus compromisos hasta 1885, cuando rectificaron  y lo llamaron Marín.
            El 29 de enero de 1885 tuvo lugar en Teruel una actuación múltiple para recaudar fondos con los que ayudar a los damnificados por los terremotos producidos en Málaga y Granada, en la que, como no, también participó nuestro tenor dando lo mejor de sí mismo.
            Tras la epidemia de cólera que asoló Teruel durante el verano de 1885, con más de 5.114 muertos en la provincia, varios cientos de ellos en la capital, se aprestó a cantar el 17 de septiembre en la catedral, con motivo de la celebración de un solemne Te Deum, unos días más tarde, el 22, lo hizo en la iglesia del Salvador, en la que cantó un Stabat Mater del maestro de capilla Eusebio Subero bajo su misma dirección.

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