CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

sábado, 9 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO (IV)

             EL TENOR DE LA CORTE DE LOS ZARES: LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO.    



TAMBERLICK


             En octubre de 1869 debutó en el gran Teatro Imperial Italiano de Moscú, pero su verdadero descubrimiento se produjo en la temporada del año siguiente acompañando de nuevo al tenor Tamberlick y, como no, a Elisa de Volpini. El mismo Tamberlick, un verdadero divo en esos momentos como ya hemos señalado, en carta a José María de Goizueta, prestigioso crítico musical, elogiaba a nuestro tenor en los siguientes términos: “[…] tenemos aquí a la Volpini, que gusta muchísimo; un director de orquesta español, un tal Goula, que es un verdadero talento; pero quien me ha sorprendido realmente es el tenor Marín. Lo he oído en Los Puritanos (asómbrate, en Los Puritanos), y te juro que me ha gustado sobremanera: el público le aplaude con favore y con justicia. Repite el cuarteto y le piden siempre la repetición de la cavaletta, vieni fra  queste braccia. En fin, tiene asegurada su carrera; el timbre de su voz es magnífico, y canta muy bien”. Proféticas palabras que el tiempo se encargaría de confirmar.
            En  el triunfo y consolidación de Marín en Rusia tuvo mucho que ver el conocido entre los cantantes españoles como Bismarck, “El Gallego”,  alias familiar por el que era conocido el empresario musical José Lago, un hombre extraordinario y singular que llegó a ser como un padre para muchos de ellos, caso de Gayarre y de nuestro tenor, que en estas fechas desempeñaba el puesto de director artístico de los teatros imperiales de Moscú y San Petesburgo, con gran influencia también en el Covent-Garden y la Scala, así como en otros prestigiosos coliseos mundiales que con frecuencia solicitaban sus servicios para la formación de las grandes compañías y para la dirección de los más fastuosos espectáculos. Ningún artista español le ponía condiciones, en cuanto recibían un telegrama suyo indicando un teatro, allí estaban sin preguntar nada, seguros de que Lago había defendido a la perfección sus intereses. Como muestra de su influencia y de su nivel de aceptación entre los cantantes nacionales (también entre los internacionales), valga el siguiente ramillete de divos que reunió en la temporada de 1874 en el Teatro Imperial de San Petersburgo: Adelina Patti, Elisa de Volpini, Emma Albani, Alice Urban, Marie Leon Duval, Anna D’Angeri, A. Dalverti, Rosina Penco (sopranos); Sofia Scalchi-Lolli y Alice Bernardi (contraltos); Ernesto Nicolini, Emilio Naudín, Julian Gayarre,  Jaime Sabater, D. Jilleboru, E. Escarabelli y Andrés Marín (tenores); Antoni Cotogni, Giacomo Rota, J. Mendroros  (barítonos), entre otras muchas más figuras de la música y del canto.
            De esta forma inició Andrés Marín su estancia en la Rusia imperial de los zares –considerada incluso por él mismo como su segunda patria-, donde llegará a convertirse en uno de sus interpretes favoritos. Parece ser que sus cualidades para el canto se veían reforzadas en un clima frío como aquel, su facultad de adaptación al medio -sin duda debida a su condición de turolense-, le llevaron a triunfar plenamente en este país, donde otros muchos fracasaban por las duras condiciones climatológicas que debilitaban sus gargantas hasta enfermar. Casi con toda seguridad Marín fue el cantante extranjero que más tiempo actuó en Rusia –más de diez años- y, según se decía, nunca se le engoló la voz.
            Fueron varias las temporadas en las que el turolense ocupó un lugar de privilegio en los carteles. Así, en febrero de 1871 fue muy aplaudido en la ópera Dinorah, de Meyerbeer, en cuya partitura destaca por su dificultad la parte del tenor.
            En la temporada de invierno de 1872 compartió cartel con Adelina Patti, Christine Nilsson, Paulina Luca, Elisa Volpini, Matilde Mallinger, Sofia Schalchi-Lolli, Ernesto Nicolini, Emilio Naudin, Antoni Cotogni, Francesco Graziani, Gaetano Campi,  Gagaggioli, y otros muchos cantantes de primer orden. Como anécdota señalaremos que el zar subvencionaba las funciones de ópera con 40.000 duros, que las butacas de las seis primeras filas costaban 10 –cinco las demás-, que la Patti cobraba 40.000 francos al mes, la Nilsson 33.000, Volpini 22.300 o Graciani 20.000 (el salario de Marín debía rondar esta cifra). Sobre este viaje hemos encontrado el testimonio del corresponsal de La Época en París, que firmaba como Asmodeo, en el que se constataba que Elisa y Marín eran ya pareja de hecho, así leemos: “En el gabinete de Mr. Verger (empresario del teatro parisino LaSalle Ventadour, hermano del barítono Napoleón Verger, que cantaba con Elisa desde hacía años y que terminará casándose con una de sus hijas), conocí ayer a un tenor español, que con la Volpini y Padilla forma una trinidad gloriosa. Llámase Marín, -y Marini ahora-, siendo muy principiante cantó como comprimario en el teatro Rossini, de los Campos Elíseos, y en el Real durante la empresa del Sr. Del Saz Caballero. Desde entonces acá se ha transformado completamente y hoy día es una celebridad europea. Mañana (25 de septiembre), en compañía de la Volpini, sale para San Petersburgo, donde va contratado por tercera vez, y por quinta su simpática compañera, quien este invierno cantará al lado de la Patti y de la Nilsson…” El corresponsal concluye  reseñando que al finalizar su campaña “vendrán ajustados por dos últimos meses de la temporada” al teatro de la ópera italiana de París, LaSalle Ventadour.
            El 8 de diciembre de 1876, tras cantar en otoño en Londres, protagonizó una velada de ensueño en el Teatro Imperial de Moscú, donde cantó la parte de Radamés de Aida junto con la gran soprano española, de origen italiano, Adelina Patti (de ella se dice que pasó a la historia no solo como la mejor soprano de su generación, sino también como la cantante mejor pagada de la historia), y el gran barítono Mariano Padilla.       
            El 19 de diciembre, volvió a protagonizar un nuevo y resonante éxito con la ópera verdiana Don Carlos. El reparto era todo un lujo para la época: Don Carlos (Andrés Marín); Isabel (Teresa Stolz); Marqués de Posa (Mariano Padilla); Éboli (Annie Louise Cary); Felipe II (Mamet); Gran Inquisidor (Cesare Bossi). Todas las intervenciones de Marín fueron muy ovacionadas, pero de manera especial lo fue la última, su dúo de despedida con la Stolz.
            Pascual Serrano Josa cuenta que una noche en la que iba a cantar con Adelina Patti la ópera buffa de Donizetti, Don Pascuale, esta se indispuso, cosa por otra parte, como hemos señalado, frecuente en aquellas latitudes, por lo que la representación se interrumpió durante unos minutos, viendo que no podía continuar y que el mismo Zar Alejandro III presidía la representación, la Dirección de los Teatros Imperiales –José Lago- consultó al tenor turolense y este ofreció una fácil solución: con ellos se encontraba también contratada para esa temporada la señora Volpini, que conocía a la perfección la obra y podía continuar con la misma. La química entre los cantantes fue absoluta y el éxito apoteósico.
            Parece ser que la noche dedicada al beneficio de nuestro tenor constituyó otro acontecimiento de imperecedero recuerdo. En palabras de Serrano Josa, ”llegado el momento de hacer que cantase el tenor canciones de su país, sonó la jota en Rusia de la manera más artística y emocional que pudiera acaecer. El famosísimo músico ruso Glinca, autor de la ópera La Muerte por el Zar, había recorrido España, y fruto de este viaje compuso varias obras musicales, como la titulada “Una noche en Madrid” y “Motivos de jota”. Se interpretó esta obertura, y llegado al canto de la jota, Marín hizo poner al teatro en pie y se repitieron los bravos y las ovaciones más calurosas…”
            Otras óperas con las que alcanzó éxitos importantes en Moscú y San Petesburgo fueron El Trovador,  Linda de Chamonix y Guillermo Tell.

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